Un lugar en el que disfrutás, sentís, valorás y amás. Una mezcla placentera de pensamientos, sentimientos y disfrute de la tierra.
Tierra que germina el mejor vino, y a la que llegan de todas partes para rendirle tributo al rock, para anochecer a los pies de la imponente cordillera, para sentir el frío que traspasa –y así comprender el trabajo en la viña-. Para degustar exquisitos vinos –y así saber que su creación también es un arte-.
El sábado pasado se realizó el Wine Rock en la bodega Monteviejo. Esta vez no hubo sol, pero lo hicieron de nuevo: saben conjugar esa fórmula para ser feliz por instantes, esa fórmula para abstraerte a metros de tu hogar y subir el espíritu. Contener las ideas, tenerlas allí –firmes y sustentadas- para darle lugar al arte por sí mismo.
Porque fueron shows de tremenda calidad artística. Un sonido impecable, y un escenario que presentó la esencia de los artistas. Brillaban, se los notaba libres, a gusto, expresando los distintos matices de la música y la poesía.
Y abajo nosotros, abstrayéndonos con cada acorde, con la impronta musical de grandes artistas que una vez más pasaron por el Valle de Uco y generaron un Wine Rock que nuevamente quedará en la memoria y en la historia de cada uno de los que estuvimos allí y que sencillamente nos dejamos llevar por la propuesta que cada año nos presentan sus organizadores: pasarla bien y valorar el arte.
Porque para eso es el arte. Para concebir filosofías y aceptar pensamientos, interpretar el placer y el amor por la vida de distintos sectores que componemos una misma patria, tierra paradisiaca, germinadora de talentos históricos.
Quienes tuvimos la oportunidad de estar sentimos inmensamente esa música que hasta pasada la medianoche nos transportó con Catupecu Machu. Y sí, era “magia veneno”. Catupecu toca fuerte. Muy fuerte. Y con pocas palabras reforzaron la idea de que son fieles solamente a sí mismos.
La sorpresa de la tarde fue el dúo de Rano Sarbach y Débora Dixon. Esta es una humilde opinión de quien escribe, qué bueno fue transportarse a la dimensión de Jimi Hendrix con la tremenda versión que tocaron.
Jaime Torres, admirable como siempre. El negro se lució y reinterpretando las ideas que circulaban con el vino, con sólo un tambor nos dijo lo difícil de ser “negro” y del proceso de legitimar a la clase obrera.
El show fue poético y ejemplar. Rescató el trabajo que realizan los bolivianos en las fincas, y revalorizó a quienes estábamos presentes al considerarnos “iguales, parte de un grupo de personas que somos y amamos la tierra”.
Lo mágico de la noche fueron Los Pericos.
Todo eso sucedió en un solo recital, aunque parecieron varios. Mezcla de funk, candombe, folclore, reggae y canciones rockeras. Un cielo que se desplomaba en cualquier momento, un frío que atravesaba, y el delicioso vino que te movía la sangre, y te dotaba de intensidad. Una vez más, conjugaron la fórmula de la felicidad.
Por Paula Hinojosa
«Sin cadenas sobre los pies
me puse a andar
Hace tiempo quise encontrar
mi destino.
Nada escapa, nada muere
Nadie olvida, eso lo sé».