Cuando era niño me gustaba espiar mientras mi madre leía el diario. Me producía fascinación saber cómo hacía para entender lo que decían las sábanas de papel de Los Andes. Recuerdo en detalle un día en que, frente a mi insistencia para que me explicara qué dice acá, ahí y allá, mi mamá extendió pacientemente una lámina llena de dibujitos sobre la mesa, señaló una vaca y me preguntó ¿qué dice debajo de la vaca?, yo contesté vaca, ¿y debajo del árbol?: árbol, ¿y debajo de la casa?: casa. Así fue como, en poco tiempo en un camino casi autodidacta, pasé de una especie de arte de la adivinación a lo que yo consideré la lectura de palabras sin figuritas.
Desde chico también fantaseé con la idea de leer la mente de los otros, de saber qué imágenes pasaban por la cabeza de la gente, qué secretos se escondían en sus cerebros. Pero en esta tarea siempre fracasé, nunca pude leer nada, de mis intentos adivinatorios sólo derivaron conjeturas y suposiciones, nunca certezas ni conclusiones nítidas.
Sin embargo, en el último tiempo he sentido la seguridad de saber qué imágenes recuperan las memorias de las personas cuando leen o escuchan una palabra.
Amigo lector, disculpe que lo distraiga pero le voy a proponer un breve ejercicio. Concentre la mirada en esta palabra: TERRORISTA. Piense con qué imágenes la vincula. Ahora trate de ponerle un rostro humano a ese término.
Existe alta probabilidad de que usted haya recuperado de su repertorio mental una construcción destruida por la explosión de una bomba, y que haya pensado en la cara de un árabe como el artífice del atentado.
Es muy posible también que ese árabe como estereotipo de terrorista surja de las imágenes habituales de los medios de comunicación. Echemos nomás un vistazo en los últimos meses de diarios y televisión y nos vamos a encontrar con abundantes hombres barbados con turbantes -preferentemente islámicos-, como responsables de quemar vivos a opositores, de degollar a inocentes, de arrojar en caída libre a homosexuales, de violar y torturar mujeres y de destruir tesoros arqueológicos de la humanidad. Si no pruebe, amigo lector, googleando la palabra terrorista y verá cuáles son las fotos que le devuelve la web.
Si a cualquier persona, durante varios años, se la bombardea regularmente con videos y fotos que muestran sólo a árabes realizando acciones crueles absolutamente condenables, asociados en el discurso mediático con la palabra terrorista, es bastante probable que cuando lea o escuche terrorismo, piense en un oriental de piel aceituna, barbado, vestido con túnica y una tela rodeando su cabeza y que si alguna vez se cruza con un árabe con mochila por la calle se vaya a la vereda de enfrente.
Es así como se construye un estereotipo, lo obvio, el sentido común, lo aceptado por “la gente”. Imagen + palabra + repetición + generalización + aceptación común = idea inmutable. Esa es la verdad, pero ¿es toda la verdad y nada más que la verdad?
Por estos días estoy terminando un trabajo de investigación. Analicé el libro “Brevísima relación de la destrucción de la indias”, escrito en 1541 por el sacerdote español Bartolomé de Las Casas. El texto denuncia las matanzas y crueldades cometidas durante las primeras décadas de dominación española sobre los pueblos indígenas, a partir de un inventario detallado de conductas crueles: quema de personas vivas, muerte a espada o cuchillo, emperramientos –arrojar seres humanos para ser devorados por los perros-, aprehensiones injustificadas, engrillamientos y encadenamientos, sometimiento a esclavitud, trabajos forzados, robos de bienes, propagación del miedo… En uno de los párrafos dice explícitamente el fraile dominico: “-los conquistadores- hallaron grandes poblaciones de gentes muy bien dispuestas, cuerdas, políticas y bien ordenadas. Hacían en ellos grandes matanzas (como suelen) para entrañar su miedo en los corazones de aquellas gentes.”
Se me ocurrió pensar entonces qué pasaría por la mente de una persona, más o menos informada, si le mostramos la imagen típica de un colonizador español del siglo XVI, por ejemplo el rostro de Hernán Cortés que ilustra esta nota. ¿Lo asociaría a la palabra terrorista? Estoy seguro que no.
Qué es el terrorismo sino eso que señalaba Las Casas: entrañar miedo en el corazón de las personas, dominar por el terror que se infunde en las mentes, generar miedo. ¿Es sólo eso, nada más que eso? No voy a caer en generalizaciones ni voy a violar los más elementales criterios historiográficos incurriendo en la utilización de categorías extemporáneas, ni ucronías, ni nada que no recomiende la ciencia –quédense tranquilos los compañeros de la Academia-, sólo invito a reflexionar libremente sobre cuántos de nosotros, de “la gente”, a quienes nos duelen las víctimas de los atentados terroristas actuales, nos indigna la matanza de más de 22 millones de indígenas ejecutados por los españoles en sólo los primeros 50 años de la invasión a nuestro continente; a quienes de los que vimos por TV cómo terroristas destruían museos históricos en Irak, nos destroza igualmente el alma la aniquilación del patrimonio cultural de miles de pueblos originarios de América por las espadas de los europeos.
O será que todavía pensamos en que hay legítima violencia civilizada por un lado y barbarie irracional por el otro o, simplemente, dos demonios incontrolables.
Leer el terrorismo es mucho más complejo que ponerle rostro a un vocablo, una palabra a figuritas.
Ricardo Nasif en La 5ta Pata