Recuerdo un patio inmenso de baldosas rojas lustrosas de mi escuela primaria donde el profesor de Educación Física intentaba educarnos con el juego más racista que he conocido. Uno de nosotros se paraba en el centro del playón y el resto -en frente en uno de los laterales, formados en línea, uno al lado del otro- debían atravesar en estampida de parte a parte el patio, evitando ser atrapados por aquel. El juego se activaba cuando el elegido para ocupar el centro de la escena gritaba a viva voz: “¿Quién le tiene miedo al Negro?” y los demás -¿los blancos?- contestaban con énfasis similar: “¡Nadie!”.
A medida que el Negro agarraba o simplemente tocaba a los otros se encadenaban a él, formando un cordón que hacía más efectiva la captura de los restantes, hasta que no quedaba ninguno libre. Ahí terminaba la partida y volvía a empezar con un nuevo Negro a quien temer.
Paradójicamente, a un negro como yo lo divertía mucho más ser un no Negro, tratando de escabullirse a lo largo del patio, que el susodicho a las corridas por hacerse de una presa del malón blanco.
Buena parte de la literatura y, en menor medida, de los juegos infantiles tradicionales poseen alegorías más o menos explícitas que ayudarían a los niños a afrontar y vencer los miedos: a la noche, a los truenos, a los fantasmas, a la soledad, a lo desconocido, a la muerte. Al parecer, mi profesor de gimnasia estaba particularmente interesado en que elaboráramos el temor a los negros, vaya a saber por qué oscura razón.
El miedo al otro o a lo desconocido cuando es exacerbado puede devenir injustificadamente en violencia. Como ocurrió, por ejemplo, en mayo de 2009 en Mendoza. Por esos días el pánico por la Gripe H1N1 se había apoderado de la población. A través de los medios de comunicación nos enteramos que en el paso fronterizo de Horcones se había detectado un posible caso de la enfermedad en un pasajero de un colectivo que venía desde Chile hacia Mendoza. Inmediatamente se activó el protocolo sanitario previsto, el micro debía trasladarse con todo el pasaje directamente al Hospital Lencinas donde se tomarían las medidas del caso.
Cuenta la crónica del diario Los Andes del 22 de mayo: “Aunque se siguió el protocolo adecuado, la llegada del colectivo -poco minutos antes de las 20- fue recibida con una protesta por los vecinos de la zona, que cortaron media calzada de la calle Talcahuano exigiendo medidas de seguridad que los protejan de los pacientes con enfermedades infecciosas. (…) El reclamo terminó en un fuerte cruce entre los vecinos y los efectivos policiales, donde hubo intercambio de balas de goma, piedrazos y botellazos. Antes de las 22, mientras las autoridades sanitarias de la provincia anunciaban que tanto el hombre con síntomas como la adolescente que lo acompañaba quedarían en observación hasta hoy, el saldo de los incidentes daba cuenta de cuatro heridos y algunos hospitalizados.”
El mismo día de los incidentes el diputado conservador mendocino Daniel Cassia pidió, sin lógico eco alguno, el cierre de las fronteras terrestres y aéreas con Chile “para evitar el caos y pánico en la población mendocina”, como si se pudiera impedir el fuego echando más leña.
Siempre la retórica de la derecha xenófoba –¿hay una derecha que no lo sea?- tiene sus argumentos basales en la posibilidad de atizar o generar miedo. Con idéntico razonamiento que el de Cassia, la ultraderechista presidenta del Frente Nacional francés, Marine Le Pen, exigió hace unos días atrás al gobierno de su país que cierre de forma urgente los contactos aéreos con tres de los países africanos afectados por el ébola.
Desde la izquierda real la respuesta ante la misma enfermedad parece ser un poco más sensata y humanista. El gobierno de Cuba, por ejemplo, lejos de proponer el cierre de fronteras está enviando misiones sanitarias a África para colaborar con los pueblos castigados por la epidemia.
“Cuba es una isla pobre y relativamente aislada. Queda a más de 7.000 kilómetros de los países africanos donde el ébola se está esparciendo a un ritmo alarmante. Sin embargo, debido a su compromiso de desplazar a cientos de médicos y enfermeros al eje de la pandemia, Cuba podría terminar jugando el papel más destacado entre las naciones que están trabajando para refrenar la propagación del virus.”, señaló el diario estadounidense The New York Times en su editorial del pasado 19 de octubre. Además, el medio del Imperio agregó: “En una columna publicada este fin de semana en el diario del Gobierno cubano Granma, Fidel Castro argumenta que Estados Unidos y Cuba deben poner a un lado sus diferencias, así sea temporalmente, para combatir una amenaza global. Tiene toda la razón.”
Ramón Carrillo –el Negro Carrillo, como lo llamaban sus amigos- fue una de las personalidades más destacadas de la historia de la salud pública argentina. Fue el primer ministro de salud del país, desde los inicios de la primera presidencia de Juan Perón hasta 1954. Para Carrillo no había posibilidad de una política de salud sin política social, sin una trasformación profunda de las condiciones de vida de los trabajadores. Dijo alguna vez: “frente a la pobreza, la injusticia y el infortunio social de los pueblos, los gérmenes como causa de enfermedad, son unas pobres causas”.
Esas mismas palabras tomó el Médico David Santoni, Coordinador del Movimiento Sanitario Nacional, en un artículo publicado recientemente, titulado “El ébola, la pobreza y los proyectos estratégicos de salud”.
Para Santoni “la infección por virus ébola es otra enfermedad de la pobreza y la exclusión. Esta característica es la diferencia sustancial con las otras “epidemias mediáticas” de los últimos años, como la Gripe H1N1, las cuales debido a su forma de transmisión no respetaron sectores sociales afectando a todos los grupos, sólo que con baja letalidad.”
Desde el Movimiento Sanitario Nacional (MoSaNa) consideran que si bien las condiciones de exclusión y pobreza que aún perviven en América Latina hacen viable la posibilidad de algún brote epidémico del ébola, “existen mejores condiciones de infraestructura y estructura socio-sanitaria que pueden permitir el desarrollo de planes de contingencia para bloquear los brotes que puedan producirse”.
Santoni denuncia que esta nueva “epidemia mediática” genera el escenario propicio para el mercado de medicamentos y los negocios del proyecto estratégico financiero-farmoquímico neoliberal en nuestra región.
El miedo inmoviliza, debilita y destruye los lazos de solidaridad. Ahora que a la amenaza se le ha dado el rostro africano y el temor se propaga por todos los medios, sería bueno preguntarnos ¿a quién le sirve que le tengamos miedo al Negro?
Ricardo Nasif en La Quinta Pata