Me desperté y descubrí que ya no eran 113, ahora eran 114. Si, un nuevo nieto había sido restituido a su familia, un ciudadano argentino recuperaba su identidad, un grito de justicia que no caía en el vacío. Y efectivamente ya no eran 113 gritos los escuchados, era 114, y eso no calma la sed de justicia pero si es una caricia al alma y a la lucha.
Siempre he pensado que el dolor de los 30.000 hermanos desaparecidos, compatriotas que a fuerza de balas y tortura nos fueron arrancados, es un dolor de todo el pueblo argentino, una herida que nunca cicatrizó y que sólo la justicia, con el transcurrir de los años va a mitigar. Pero ¿qué se sentirá saber que la sangre de tu sangre sigue en pie, caminando, sonriendo, llorando, pasando frío, dando vida…? La incógnita de saber que alguien ahí en la calle puede ser esa descendencia que tu hijo en medio de la tortura, la agonía, la muerte, pudo dejar.
Una abuela, camina y espera, se para, mira, vuelve a caminar, y así transcurren sus días, esperando y caminando, el dolor va por dentro, por fuera solo la ansiada justicia, la que nunca llega, pero sigue. En medio de ese transcurrir sinuoso, descubre que no sólo es ella, son más, son muchas las que buscan, las que esperan. Deciden juntarse, (y sí, solas no pueden), pronto el primero de su descendencia aparece y como estaban juntas deciden que la alegría de una, es la alegría de todas. Así el festejo se profundiza a medida que aparecen más nietos, las alegrías se van multiplicando, pero los años van pasando y las arrugas cada vez se notan más, las piernas ya no acompañan como antes y algunas se van para no volver, aunque su luz sigue encendida. Sin embargo, su descendencia sigue ahí, en la calle, en la escuela, en el trabajo, en alguna sala de parto, porque así como ellas envejecen los nietos se hacen grandes y también su vida se multiplica.
Es sumamente complejo imaginar cuan tempestuosa ha sido la vida de estas abuelas, cuan difícil en medio de un Estado que la mayor parte del tiempo no acompañó los reclamos de justicia, que se acobardó, que miró para otro lado. Lo cierto es que aún en medio de tantas piedras ellas supieron hacerse camino, el camino de la sangre, de lo propio, el camino de la Identidad.
Una mujer parece destacar por sobre el resto, se llama Estela: desde que tengo memoria histórica la he visto marchar en pos de justicia, la he visto en las conferencias de prensa, en programas de televisión, en universidades, siempre en la misma búsqueda, en el mismo tono, con la misma mirada. Supongo que no busca destacar, sus pares la han puesto al frente de la lucha, pero esa templanza, esa pedagogía con la que se dirige a sus oyentes, despierta admiración, es ella la que nos hizo ver que esos nietos robados por la dictadura militar, son los nietos, hermanos, hijos de todos los argentinos. Hace unos días supimos que su búsqueda individual había concluido, su nieto después de “diez mundiales” de búsqueda había aparecido y yo, sin duda, no puedo dejar de escribir sobre esa alegría.
Guido Carlotto, así lo llamaron, así lo buscaron, así hoy lo encontraron, es el nieto recuperado 114, es músico. Se suma un nuevo sonido a los que ya cantaban justicia, “a los que no callan, ni consienten injusticias repetidas… a los que honran la vida”.
Por Rodrigo Hinojosa