En las cercanías a una nueva conmemoración del día del periodista, se me vinieron a la cabeza algunas reflexiones sobre el derecho a la expresión y la desfiguración que ésta puede generar y de hecho genera.
Hoy, la tarea periodística es ejercida en muchos medios locales por mucha gente sin formación específica (yo soy uno de ellos) y por gente sin nada de formación. Lo anterior, no es un juicio de valor sino un juicio de hecho. Es algo que existe, no estoy diciendo que es bueno o malo, simplemente que pasa como que muchos de los que si tienen formación, eligen no ejercerla por diversas razones.
La cuestión es que los medios de comunicación locales, son casi lo mismo que el Facebook: una red social y no un medio de transmisión de información y análisis de la realidad. Al igual que en el Facebook, las radios y diarios locales dedican más espacio a la difusión de cuestiones superficiales, o a la simple reproducción acrítica de un contenido que otro produce.
Lo que más me preocupa no es tanto eso, sino el hecho de no hacerse responsable de lo que se dice o escribe. De no tomar conciencia de la función y responsabilidad que tienen los periodistas. Los medios de hoy educan, y quizás mucho más que la escuela o la educación formal. Los medios de hoy forman al ciudadano.
¿Eso está mal? No lo sé. Lo único que se, es que si las escuelas, colegios e institutos que imparten educación tienen muchas normas que regulan y controlan su actividad, ¿por qué no los medios? Aquí saltará algún juzgador precoz y gritará “quieren callar a la prensa”, “se terminó la libertad de expresión” o alguna otra pavada producto de la facilidad para emitir consignas vacías en lugar de ideas con fundamentos.
Solo digo que habría que tener una regulación, por lo menos para que quienes opinan barbaridades o falsedades tengan que responder de alguna manera. Si yo, como educador docente en una escuela, doy contenidos falsos o erróneos (científicamente), tengo una serie de controles que lo detectan y luego una continuidad de pasos para retractarme para no perder la posibilidad de continuar realizando la tarea de educar. Simplemente porque la estoy haciendo MAL.
Pero si como periodista, escribo o digo por radio o TV alguna falsedad o mentira, no me pasa nada, absolutamente nada. Entonces me puedo dedicar a hacer un periodismo de porquería, donde escribo barrabasadas, genero polémica, la difundo y cautivo a un amplio sector de la sociedad con esas tonteras o “puteríos”, como le decimos en la calle.
De esa manera, estaría haciendo un mal uso de mi derecho a la expresión, reduciéndolo a su más banal costado, el de la simple opinión. Todos tenemos el derecho a opinar, pero tenemos la obligación de hacernos responsables por esas opiniones que también pueden ser falsas o erróneas.
Lo mismo pasa en Facebook, todos creen que pueden opinar lo que quieran y que nadie les puede decir nada. La impunidad de la opinión, conduce a la tiranía de la opinión, que gobierna en el reino del individualismo.
“Esa es mi opinión, nadie me la va a cambiar”… si uno comenta algo contrario se convierte en un monstruo que “no respeta la opinión del otro”. Claro que se respeta, pero cuando se le pide a alguien que fundamente lo que dice o se le cuestiona lo que ha dicho, es porque se le está reclamando hacerse cargo de lo que ha “opinado”.
No se pide que no opine, o que no opine de tal o cual forma, se le reclama que lo haga responsablemente y que pueda fundamentar. Pero aquí viene el problema. Muchas opiniones no tienen fundamento o pruebas y cuando sólo nos quedamos en el plano de la opinión, nos estamos negando la posibilidad de la discusión que es la verdadera base de la democracia, la única posibilidad de llegar a acuerdos colectivos.
Los que exaltan la “libertad de opinión” esconden o niegan la posibilidad de discutir, por lo tanto fomentan el individualismo que encierra y aísla e imposibilita encontrarse con el otro, descubrirlo, escucharlo… llegar a un acuerdo.
Si uno lo hace desde el Facebook también es erróneo, pero de última lo hace desde el simple rol de ciudadano. Pero cuando lo hace desde los medios, lo hace quien ejerce el periodismo, cae en un error casi imperdonable a esta altura del siglo XXI. Negarse a discutir, negarse a analizar, no realizar la tarea de evaluar los fundamentos de quienes opinan, es propio de quienes entienden el periodismo como negocio, como marketing, como un medio para hacer dinero, pero no como un espacio desde donde se está contribuyendo a formar al ciudadano.
Más bien conviene seguir haciendo periodismo de slogans, consignas vacías que hoy generan polémica (y por lo tanto audiencia o lectores), y mañana las cambio y nadie se acuerda. Conviene seguir utilizando mis medios para contribuir a la tiranía cotidiana de una sociedad que no quiere discutir, que no pretende cambiar nada. Conviene seguir siendo así, útil servidor de los dueños del mundo (dueños del poder económico) y llenándose la panza propia con las miguitas que caen de su gran banquete.
Juan Jofre
Profesor en Ciencias de la Educación