En las vísperas de otro 24 de Marzo, se hace necesario más que nunca hacer memoria, no porque antes no haya sido importante, sino porque este momento particular de nuestro país nos exige ser ciudadanos inteligentes y cuidadosos para no repetir errores del pasado que nos llevaron a la más triste oscuridad. Este 2013 será el cumpleaños número 30 de nuestra joven democracia. Si analizamos nuestra historia, nunca tuvimos un período tan largo sin interrupciones de hecho al Estado de Derecho.
Esos 30 añitos son muy pocos para una democracia, porque son muy pocos para cualquier proceso social, que suelen ser paulatinos y lentos, porque tienen la difícil tarea de hacer cambios culturales, es decir, modificar los modos de pensar, valorar y actuar. Tenemos una democracia que desde 1983 a la fecha ha sido conducida (políticamente) por distintos partidos políticos, con decisiones ideológicas diferentes y a veces contrapuestas; pero siempre por personas, seres humanos, nacidos en tiempos poco democráticos.
La mayoría de nuestros dirigentes y de nuestros adultos y votantes, tienen más de 30 años y se formaron en instituciones que eran (algunas lo siguen siendo) para nada democráticas. Las familias eran machistas y paternalistas, las escuelas tenían un régimen pedagógico que enseñaba a obedecer más que a pensar y tomar decisiones, el mercado laboral enseñaba a obedecer o competir contra el otro como si fuese nuestro enemigo y en otras instancias educativas la democracia no se enseñaba. Ni se vivía.
Por suerte, por luchas, por perseverancia, por contagio y por algunas convicciones, las cosas cambiaron.Es verdad que en ese cambio se han producido más desorientaciones que aciertos, y que ahora debemos educar democráticamente y no sabemos muy bien cómo hacerlo, ni los docentes, ni los padres. Pero en ese proceso estamos, y ya los padres y docentes que no queremos ser autoritarios, hemos comprobado que el otro extremo tampoco es bueno, porque la libertad sin límites genera futuros autoritarios que no soportan que las cosas no sean como ellos quieren.
Lo interesante, es que en esa comprobación nos estamos encontrando con recursos para no ser ni autoritarios ni ausentes. Hoy los discursos democráticos circulan en varios formatos y por varios circuitos. Hay libros, Internet, charlas y experiencias que demuestran que se puede educar con democracia mostrando las razones, negociando y cumpliendo, acompañando, poniendo los límites necesarios con el debido amor y las correspondientes explicaciones.
Estamos viendo que de esta forma estamos empezando a formar a la primera generación democrática de nuestra historia. Que son pibes nacidos en democracia y educados con límites sensatos, reglas consensuadas y espacios para que vayan aprendiendo a tomar decisiones. Pero esto solo ha sido posible manteniendo vivo en nuestra memoria el recuerdo del autoritarismo, que como una especie de alarma nos avisa cuando se nos está yendo la mano, y estamos imponiendo algo innecesario o injusto.
Este mismo proceso, que se empieza a vislumbrar en algunas prácticas educativas de ciertos padres y docentes que no queremos jóvenes ni autoritarios ni obedientes, se va ampliando a otros ámbitos de la vida social y va llegando a esferas del Estado, empresas, organizaciones de la sociedad civil y otros ámbitos.
Hoy, casi todas las decisiones importantes tienen su momento de negociación, de consenso, de discusión y así van apareciendo decisiones democráticas, inclusivas, amplias, que nos van dando la hermosa y saludablemente necesaria sensación de ser parte, de estar adentro, de ver reflejado algo de lo que uno piensa o sueña.
Lógicamente que no en todos los espacios. Por un lado, siguen habiendo lugares muy autoritarios donde solo sobreviven los obedientes, y por otro, siguen sobreviviendo zonas donde la ausencia de reglas claras, participativas e inclusivas ha generado “tierras de nadie” donde germinan poderes tan autoritarios como peligrosos.
De los primeros hay miles de ejemplos, en empresas, áreas del Estado u organizaciones donde todavía la democracia ni ha asomado. De los segundos, podrían ser ejemplos claros los barrios o lugares públicos donde el Estado se ausentó y todavía no logra regresar con eficacia.
Como ciudadanos, tenemos la obligación más que nunca de hacer madurar esta democracia. Algunos vienen haciendo muy buenas contribuciones, volviendo a formar parte de organizaciones sociales como los clubes, las uniones vecinales y otras entidades. Otros, aportando a los debates en los medios de comunicación, espacios públicos o redes sociales donde muestran su opinión y leen la de otros contestando hasta que el debate llega un punto de bastante claridad (u oscuridad) donde ya no se sigue.
Estos ciudadanos son los que, basados en la memoria activa de no querer retornar a los tiempos oscuros de autoritarismo, obediencia impuesta, prohibiciones ideológicas, restricciones expresivas, amenazas, persecuciones, muertes y desapariciones, han tomado la libre decisión de comenzar a expresarse, participar y organizarse. Ese es el camino.
Pero la memoria se hace urgente, más que nunca, porque en las sombras siguen habiendo individuos dispuestos a que este proceso de crecimiento y maduración democrática se aborte. Y no me refiero solamente al ex dictador preso Jorge Rafael Videla. También me refiero a aquellos a los que les molesta la discusión, el ruido, el movimiento. A esos que repiten que estamos divididos, que necesitamos paz. La paz no es la ausencia de conflictos sino el resultado de haberlos sabido resolver. Y en esa búsqueda de resolverlos debemos discutir, contraponer, opinar, escuchar, leer, pensar. No hay que cerrarse al debate, hay que generarlo y festejarlo.
Por último, me gustaría que más que nunca hagamos memoria, porque están surgiendo nuevamente algunos procedimientos de los años de la dictadura. Hay personas que escondiendo su identidad están generando amenazas fascistas a otros ciudadanos que lo único que hacen es tratar de difundir ideas y opiniones con el fin de aportar a enriquecer el debate. Más que nunca, Memoria y repudio a los que no aceptan las formas democráticas de vivir.
Por Juan Jofre