Hijo de un negro y de una india que eran docentes, venido del interior de Venezuela, con una infancia humilde y una posterior formación militar. Se fue haciendo un lector apasionado de las ideas políticas europeas pero sobre todo de las latinoamericanas donde encontró pensamientos, promesas truncas y muchos sueños no alcanzados y traicionados que fueron dando forma a ese carismático líder valiente y confrontativo que se atrevió a soñar despertando y contagiando a su pueblo.
Llegó a la presidencia en las elecciones de 1998 cuando su pueblo castigado, destrozado y empobrecido hasta los huesos, prefirió a un verborrágico morocho de chaquetas militares y boinas rojas, antes que a los blancos de trajecito que los venían traicionando desde hacía muchas décadas.
Se erigió en el primer representante de la tercera generación de la causa de la liberación de América del Sur y el Caribe y la independencia y soberanía de los pueblos ante la opresión y el colonialismo ejercido por las potencias económicas. Recuperó a los héroes de la primera generación de libertadores como San Martín, Guemes, Moreno, Belgrano, Azurduy y sobre todo a los caribeños Miranda y Bolívar. También se auto consideró heredero de los valientes de la segunda generación de luchadores por la unión y libertad de Latinoamérica: Guevara, Perón, Allende, Santino y demás. Pero sobre todo se afirmó en Fidel, con quien construyó una amistad firme en la que se respaldó en varios momentos.
Enemigo acérrimo del neoliberalismo impulsado por el mal llamado Consenso de Washington, defendió siempre la idea de que el Estado debe ser garante de los derechos sociales fundamentales como la salud, la educación, la vivienda y el trabajo.
Por sus palabras en defensa de esas ideas, fue considerado un loquito suelto que no iba a durar mucho, allá en sus comienzos, a fines de los noventa. En esa década en la que todavía reinaba el neoliberalismo en América Latina, impuesto a balazos, represión y ajustes, donde todos los derechos habían sido convertidos en mercancía que el mercado comercializaba y que produjo una colonización económica y cultural casi del tamaño de la ocurrida quinientos años antes por la corona española.
Esa ideología latinoamericanista, que ponía por delante al ser humano y sus necesidades antes que a los intereses de las empresas privadas y las buenas relaciones con los países desarrollados, provocó la enemistad de los defensores de la vida colonial. Los medios de comunicación internacionales como CNN fueron los primeros sitios donde comenzó la creación de una imagen de terrorista, autoritario, bruto, anti occidental. Luego fue recorriendo las pantallas y páginas de los medios de todas las naciones latinoamericanas que son monopolios controlados por empresas con grandes intereses en negocios asociados a seguir siendo colonias.
Eso explicó la mala imagen que se tenía de Chávez, por lo menos en la clase media que consume ese tipo de medios. Curiosamente el mismo (mal) trato recibieron los nuevos líderes que completaron la tercer generación de libertadores: Lula, Kirchner, Evo y Correa. Todos demonios autoritarios, populistas y otras patrañas grandes como los millones y millones que perdieron los dueños del mundo, por decisiones democráticas y soberanas de estos caudillos.
Otro punto, justamente el de caudillo. Para el hombre blanco, occidental y cristiano la palabra caudillo le revuelve las tripas. Para los sectores populares significa tiempos de reivindicaciones y recuperación de derechos aplastados. Las capas medias de Latinoamérica hemos sido formados en las teorías políticas europeas y europea es nuestra mirada sobre nosotros mismos. Por eso, la mayoría de los que así piensan no logran entender los procesos de liderazgos fuertes que se dan en nuestras patrias.
Los sectores populares lo saben bien. Solo con líderes fuertes y la unión y acompañamiento de los pueblos, se consolidan los procesos que priorizan el mercado interno, la industrialización, la generación de trabajo, la inversión en educación, ciencia y tecnología, la valoración del propio pueblo y la celebración de la propia cultura.
A muchos no les gustará lo que aquí se escribe y a muchos les duele no entender cómo pueden votar a esos líderes, aquellos que ni siquiera escuela tienen.
Pues la sabiduría popular hace mucho que no pasa por la escuela y quizás nunca lo hizo, pero esos seres humanos si saben diferenciar cuando mueren de hambre a cuando tienen comida, cuando mendigan a cuando tienen trabajo, cuando no ven horizontes o cuando se vislumbra un futuro posible para las jóvenes generaciones.
Resistió los intentos golpistas de la derecha venezolana apoyada por los EEUU y otras potencias. Siempre acompañado por su pueblo y defendido por un ejército patriótico y constitucionalista, fue consiguiendo logros concretos e históricos para su pueblo.
Para dar un simple ejemplo, la educación que hoy reciben los niños y jóvenes de Venezuela, dista mucho de las estructuras, inversiones y discursos que antes recibían. Recuperando las ideas de Martí, Rodríguez, Freire y otros educadores latinoamericanistas, transformó el sistema educativo haciendo que su pueblo se forme en un amor por su historia y cultura que se traduce en confianza y esperanza en sus propias fuerzas y sueños.
La Venezuela que deja Chávez tiene muchos desafíos y muchas deudas pendientes, pero no se parece ni un poquito a la que recibió el carismático líder hace catorce años. Hoy es vanguardia en educación y en varios sectores de la ciencia; hoy es soberana de sus recursos que estaban en manos de empresas yanquis; hoy tiene un pueblo con oportunidades de crecimiento porque come, va a la escuela y tiene hospitales; hoy tiene industrias de punta y trabajo para su gente. Hoy no tiene países hermanos que la condenan sino que la abrazan y acompañan y seguirán a su lado en las difíciles épocas que se vienen.
Por Juan Jofre