Luz Milagros nació a los seis meses de gestación, la dieron por muerta y pasó más de 10 horas en una cámara de refrigeración de la morgue. Cuando su mamá abrió el ataúd, la beba lloró «como un gatito».
Cuando Analía llegó al hospital, tenía 30 años y estaba embarazada de seis meses. Le habían diagnosticado una complicación y le habían avisado que su hija no iba a tener más opción que nacer por cesárea. Luz, sin embargo, terminó naciendo cuatro días después, a través de un parto vaginal salvaje y agotador. Habían pasado casi dos horas del nacimiento cuando una enfermera entró a la sala con las manos vacías, se acercó a Analía y le preguntó: «¿Vas a querer saber la causa de muerte de tu bebé?».
«Hicieron todo mal desde el principio», asegura Analía Boutet, siete años después de aquel día. «Me hicieron tacto varias veces, por más que yo les decía que miraran mi historia clínica y no lo hicieran. En uno de los tactos siento que me rompen la bolsa. Le avisé a la doctora y me contestó que estaba equivocada, que me había hecho pis. ¿Cómo iba a estar equivocada? Yo sabía lo que era romper bolsa, si ya tenía cuatro hijos».
Eran los primeros días de abril de 2012 y, aunque en la Argentina ya se había sancionado la «Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres», todavía no se hablaba de «violencia obstétrica», incluida en la ley. Analía, que es chaqueña y en aquel entonces era ama de casa, no sabía que unos días después su historia iba a conmocionar al país.
La muerte que no fue
Le habían diagnosticado una complicación del embarazo llamada «placenta previa oclusiva total» y Luz, su hija, venía de cola, por lo que era «una cesárea cantada». El 3 de abril, sin embargo, «me hicieron un monitoreo, dijeron que no sentían los latidos y me llevaron de urgencia a la sala de partos. Mientras monitoreaban, me preguntaron cuántos hijos tenía, y les contesté ‘cuatro’. La respuesta fue ‘Ahhh, bueno’, como quien dice ‘ya tenés un montón, uno más, uno menos…'».
Según el relato de Analía, una de las dos doctoras le puso una chata y le dijo a la otra: «Dejala, que lo expulse sola». «Yo tenía un cansancio terrible, vomitaba algo verde, quería ayudar a nacer a mi hija pero me era imposible».
Luz nació a las 10.20 de la mañana del 3 de abril. Al mediodía y mientras Analía se recuperaba, entró una médica: «Me preguntó: ‘Mamita, ¿quién va a anotar a tu beba? Así que yo le dije que buscara al papá afuera y sentí alivio, pensé que estaba todo bien. Pero al rato volvió otra y me preguntó: ‘¿Vas a querer saber la causa de muerte de tu hija?'».
Dice Analía que entró en shock y que, aunque su entonces marido ya lo sabía, nadie de la familia había visto el cuerpo de la nena y constatado la muerte. Lo que siguió fue una tarde eterna y demoledora: una familia que debía estar celebrando, pero estaba presentando un certificado de defunción en el cementerio local.
«Como a las 10 de la noche reaccioné y dije que quería ir a la morgue a despedirme de mi hija». Analía caminó lentamente por los pasillos del hospital, acompañada por su entonces marido, su hermano y su cuñada. «Sacaron el cajoncito de una cámara de refrigeración y lo pusieron sobre la mesada. Nadie quería ver, me pedían que no la viera para que no me quedara con esa imagen, pero yo quería despedirme», sigue.
La caja de madera blanca estaba cerrada y el papá de Luz necesitó una barreta para hacer palanca y abrirla. «Cuando logró abrirla dio un paso para atrás, todos se alejaron. Luz estaba tapada con una tela vegetal, yo la fui corriendo como en cámara lenta. Primero le vi la manito miniatura y se la agarré. Después vi que tenía el cuerpito morado y se le había formado escarcha. Cuando le destapé la cara, me estaba mirando. Tenía los ojos brillantes y lloró, una especie de llanto de gatito».
Analía pensó que estaba teniendo una alucinación por el shock, la soltó y dio un paso atrás. Ninguno de los que estaban en la morgue había visto lo que ella acababa de ver.
«Pensé que me había vuelto loca. Volví a acercarme y Luz se estaba desperezando. Empecé a gritarle a la señora de la morgue ‘¿¡por qué se mueve?’, ¿¡por qué se mueve!? Y cuando todos se acercaron, Luz empezó a llorar. Caí arrodillada al piso, como rendida, no lo podía creer».
Su hermano, el único que pudo reaccionar, se apoyó a la beba en el pecho y corrió. «Él decía que fue como llevar una botella de hielo pegada al pecho. Luz lloraba y, cada vez que dejaba de llorar, él le repetía, ‘vas a vivir bebé, vas a vivir, tranquila que vas a vivir'».
Dice Analía que las médicas, después, quisieron explicar lo imposible. La internaron en estado de gravedad, con respirador. Ese día Luz pasó a llamarse como la conoció todo el país: Luz Milagros.
El después
El drama todavía no había salido de las fronteras de Chaco y en el Hospital Perrando, donde ya le habían entregado una partida de defunción, «quisieron darme una partida de nacimiento con datos falsos. Como que Luz había nacido otro día a otra hora. Con la poca lucidez que tenía, les dije que estaba mal y no se las recibí».
Afortunadamente, en la casa de sepelios habían guardado una copia de la partida de defunción, porque en el cruce del drama y la alegría al papá de Luz le robaron la moto en donde había guardado el original.
Ocho días después, Luz tuvo el primer paro cardíaco. «Por todo lo que había pasado, me llamaron para que viera cómo la reanimaban. Imaginate tener que ver eso», sigue. Para ese entonces, «ya había enfermeras que me tenían bronca, porque habían quedado todos expuestos y a algunos los habían cambiado de sector. Pasé de ser la víctima a la mala de la película».
Fue ahí que una tía de Analía, que vive en Rosario, mandó un mail a un canal de televisión y contó lo que había pasado. En pocos días, la puerta del hospital se llenó de periodistas y la historia de la nena que había sido dada por muerta al nacer llegó a las tapas de los diarios.
Hablaban del horror y de la desidia, de los protocolos, se preguntaban cuánto tiempo se debía esperar para dar por muerto a alguien, del milagro. Todavía no sabían lo que supieron después, cuando Luz sobrevivió a un segundo paro cardíaco, y la trasladaron al Hospital Italiano, en Buenos Aires.
«Nos dijeron que solo le funcionaba el 10% del cerebro, y que una junta médica había determinado que iban a darle cuidados paliativos para no agredirla más», sigue su mamá. Le hablaron de la ley de muerte digna pero a ella, que es evangélica, le pareció «inhumano» que para evitar lo que se conoce como «ensañamiento terapéutico» dejaran de alimentarla.
«Yo vivía el día a día con ella, no pensaba qué secuelas iba a tener. La veía crecer, ponerse más linda, gordita. Había dejado de tener infecciones». En el hospital, entonces, escucharon su pedido, le colocaron un botón gástrico para que se alimentara y le hicieron una traqueotomía para que pudiera respirar.
«Cuando llegaron los medios apareció el gobierno de Chaco, el de Capitanich, antes no había aparecido nadie. Acá la gente dijo que nos habían regalado una casa, pero es mentira, durante los dos meses y medio que estuvimos en Buenos Aires refaccionaron la nuestra para que pudiéramos traer a Luz, que era electrodependiente. Imaginate lo que hicieron que, en la primera tormenta, se cortó la luz, empezó a entrar agua por la pieza de ella, por el piso y por las paredes. Los electrodependientes se ahogan sin la máquina así que, con la luz cortada, tuve que hacerle como respiración boca a boca al revés, aspirando con mi boca para que no se me ahogara».
Hacía 12 años que Analía estaba en pareja con el papá de todos sus hijos «pero al mes que llegamos a casa con la nena, él se fue». Ocupada en tratar de sacar a Luz adelante, Analía no se ocupó durante ese tiempo de la cuestión legal.
«La gente de Buenos Aires nos mandaba ropa, las cánulas de la traqueotomía que acá decían que no se conseguían. Acá en Chaco no, la gente repetía ‘¿qué la vamos a ayudar si el gobierno le da plata?’. Del gobierno me daban 2.000 pesos por mes y me pedían que fuera y les presentara tickets de compra. Me han pedido que fuera en pleno diciembre con el calor terrible que hace en esta provincia, he ido con mi hija creyendo que nos iban a dar algo y era solo para que el gobernador se sacara una foto con Luz. Después, chau».
Desesperadamente en busca de una mejoría, la mamá de Luz apostó a juntar 60.000 dólares para llevarla a China a hacer un tratamiento con células madre (algo cuestionado por la comunidad científica, que advierte que las terapias que se ofrecen no poseen efectos terapéuticos comprobados).
Vendió bonos de lotería, difundió un número de cuenta y, cuando Luz ya tenía 1 año y dos meses, Analía viajó con ella a Buenos Aires a terminar el trámite de los pasaportes y a juntar dinero para el viaje en las plazas.
Para ese entonces, Analía se había puesto en pareja con uno de los médicos del servicio domiciliario que iba a su casa a atender a su hija. «Nos fuimos todos, él, yo y mis cinco hijos. A la vuelta pasamos por Rosario porque a mi hermana, que tenía 17 años y vivía ahí, acababan de detectarle cáncer (Linfoma de Hodgkin)».
En Rosario, Luz se descompuso, producto de una infección generalizada. En muchos medios le echaron la culpa a la madre por haberla sacado de casa sin los recaudos necesarios. «Dijeron eso pero nadie sabía la guerra que yo tenía acá. Decían que me mandaban a casa cardiólogos, nutricionistas y no era cierto. Decían que yo tenía a disposición una ambulancia o un avión, pero tampoco era verdad. Eso lo ponían para la foto, para campaña, y yo estaba desesperada».
La beba fue llevada de urgencia a un hospital en Rosario. «Yo presentí que esta vez no iba a salir adelante. Me dijeron ‘Luz se está apagando de a poco’. Fui a verla y le dije ‘bueno mamita, si vos querés seguir mamá está acá, si ya estás cansada y te querés ir, andá tranquila’. Después de que le dije eso, la máquina hizo piiiiiiii, como en las películas».
Luz Milagros murió el 23 de junio de 2013. «La vestí y salí con ella en brazos hacia la morgue. Se me tiraron encima, como que estaba loca por lo que estaba haciendo. Pero para mí ya nada era una locura. La tuve en brazos todo el velorio, mi cabeza decía: ‘¿Y si a lo mejor se despierta otra vez?'».
La Justicia
Después de la muerte de Luz, Analía, su mamá y su ex marido presentaron una demanda civil por daños y perjuicios y daño moral por mala praxis «contra el Estado provincial del Chaco y las dos médicas que intervinieron», explicó el abogado de la familia, José Victorino Acuña.
En total, exigen 15,2 millones de pesos. «Pareciera tratarse del guión de una película de horror», dijo el abogado. Todavía no se ha dictado sentencia.
Al drama, se sumó después más drama. A la mamá de Analía le detectaron cáncer en la garganta, por lo que perdió las cuerdas vocales. Su hermano -el joven que corrió con Luz desde la morgue y sintió que llevaba una botella helada apoyada en el pecho- tuvo un accidente de moto, sufrió desprendimiento de masa encefálica y ya no recuerda el episodio.
«Mi vida nunca volvió a ser la misma», se despide Analía, que ahora vive de la comida que prepara y vende. «Sé que Luz vino a cumplir una misión. Y que, dentro de todo lo feo, siempre hay un milagro. Una vez, un chico me contó que había estado tan mal que había pensado en terminar con su vida. Pero cuando vio cuánto había luchado mi hija para vivir, dijo ‘¿cómo no voy a poder yo?’. No sé qué habrá sido de la vida de ese chico, pero eso me consuela».
Fuente: Infobae