Por Marcos Pérez*
El 24 de agosto de 1899 ha nacido, ha padecido esa patada mágica -idéntica a la semilla cuando estalla el milagro de la germinación- el hombre J.L.Borges, el señor muy reconocido en el mundo de la literatura mundial, Jorge Luis Borges; hijo de padres que han muerto, cliente de tales mozos que ya no están, dueño de tales libros y de tales llaves, y de un bastón con la contera muy gastada, amigo de tal nogal y de tal río. Aquel hombre, que se quedó ciego, que duplicó sus mundos con palabras gramaticales, se hizo invisible en 1986; por fortuna dejó los rostros de su fama, proyecciones perennes, que referiré con la desprolijidad obligada del extracto.
Empiezo por lo más difundido. Su obra.
Es indiscreto sospechar que un hombre de letras no consiga méritos literarios. Pero el caso de Borges es asombroso. Se podría caricaturizar con una hipérbole; en sus páginas aparece siempre la magia de ese Maradona que jugó México 86; como si un genio -anciano y sabio- hubiera nacido adentro de un envase pequeño y lo escoltara a través de los días, no sólo por su imaginación para construir símbolos, que discurren libres entre sus ficciones, sino por la economía verbal; como si escasas palabras hicieran malabares y engendraran abundantes ideas. En sus escritos hay habilidades retóricas propias de lo que ejercen con destreza una virtud.
Un autor que Borges admirada y fue contemporáneo en sus días de juventud, Gilbert Keith Chesterton decía que los hombres se ven forzados a alegrarse por las cosas pequeñas y entristecerse por las grandes. El hombre es más sí mismo, cuando lo fundamental en él es la alegría y lo superficial la tristeza. La melancolía –afirmaba este escritor inglés- debiera ser un interludio inocente, una tierna y fugaz disposición de la mente; el júbilo debería ser una permanente palpitación.
Eso hay en algunas de sus ficciones. Comento una digna de mención. Las ruinas circulares. Un hombre gris llega en una canoa hasta una selva desconocida. Llega medio herido pero se echa a dormir en un templo circular que parecía devorado por antiguos incendios. El propósito de su vida había sido soñar un hombre e integrarlo a la realidad; con ese propósito había llegado hasta esas ruinas. En el sueño se veía impartiendo clases de magia y otras disciplinas a un montón de alumnos sentados en gradas. Como a los diez días de soñar y un poco desilusionado de esos alumnos; comenzó a no distinguir la vigilia de los sueños. Ese fracaso inicial lo tuvo un tiempo sin soñar hasta que una noche de luna llena retomó la idea y consiguió soñar un corazón latiendo. Antes del año ya había soñado el esqueleto y después el cuerpo entero pero era como una estatua; no se movía. Incorporó la adoración del fuego hasta que en el sueño del hombre que soñaba el soñado se despertó. Gradualmente lo fue incorporando a la realidad y preparándolo para nacer (para ello debía mandarlo a un templo circular donde adoraría el fuego).
Años después unos remeros le contaron que aguas arriba había un hombre mágico capaz de tocar el fuego y no quemarse. Al mago le dio temor que su hijo descubriera a través del fuego que era una apariencia, un simulacro. Una proyección de un sueño. Bruscamente después de una larga sequía ocurrió que el templo del Dios del fuego fue arrasado por un incendio. El mago caminó hacia las llamas y con asombro descubrió que éstas no lo quemaban sino que lo acariciaban. Con miedo y humillación comprendió que él era la apariencia, el simulacro que había pretendido buscar; que alguien estaba soñándolo.
Siguiendo esta lógica del hombre que tiene un sueño ajeno y lo hace propio, simplemente para no desaparecer; podríamos razonar que tu sueño personal cuando se junta con otros sueños forma el sueño de tu familia; y cuándo se junta con otros y después con otros y con otros y otros; y todos esos sueños conforman un NOSOTROS, que son los OTROS que nos pertenecen.
El sueño de la comunidad toda; que va cambiando y es reflejo de todo cuanto acontece y nuestras más altas expectativas están ahí. Toda vez que decimos el pueblo que soñamos nos referimos al Tunuyán que pretendemos; a “ése” Tunuyán que imaginamos o a “éste” que habitamos. ¿Cómo lo imaginamos?; ¿más tolerante?, ¿más inclusivo?, ¿más generoso?, ¿más solidario?¿más participativo?
Como sea, en mi sueño particular estamos “TODOS” armando un mejor lugar para vivir; para que los que vengan encuentren condiciones más óptimas pero también perfectibles. Sin embargo también creo que la tarea es bastante compleja porque en estos tiempos es fácil -como decía John Lennon- vivir con los ojos cerrados interpretando mal todo lo que se ve.
Entendamos que debemos entendernos. ¿Qué otra cosa más importante tenemos que hacer? Comunicar es crear comunidad. Y esa creación hecha de sueños debe ser de la incumbencia de la alegría, como quería Chesterton. Entonces la característica de nuestro sueño colectivo, aquí en el Valle, será del júbilo como una firme palpitación.
*Licenciado en Comunicación Social-Gestor departamental
de la Secretaría de Relaciones Institucionales y Territorialización UNCuyo