El cineasta de 37 años nacido en Tunuyán estrena en Cannes su segundo largometraje, «Muere, monstruo, muere».
Ese filo de oscuridad es el que recala en Caverna de las Brujas (Malargüe), Huayquerías (San Carlos), San Rafael, Tupungato, Tunuyán.
“Muere, monstruo, muere”, filmada en estos parajes cuyanos durante el invierno de 2017, fue seleccionada por el Festival de Cannes, que se desarrollará entre el 8 y el 19 de mayo.
En “Muere, monstruo, muere”, Fadel no buscó hacer un filme clase B. Tampoco intentó un tributo explícito. “No soy un nerd del género. Posiblemente los fans del terror esperen ver otra cosa”, reflexionaba un año atrás, justo antes del rodaje. “Así como ‘Los Salvajes’ es una suerte de western al revés, puesto que no se construye una épica sino que se vacía una épica; digamos que, de ese modo, esto tampoco es terror en sentido clásico”.
Pues ahora ese arduo trabajo se proyecta por primera vez en una de las mayores vidrieras de estrenos: Cannes. De hecho, como parte de la selección oficial, se verá el primer fin de semana del festival (que se realiza del 8 al 19 de mayo en esa ciudad gala).
Desde Francia, en medio del torbellino de la previa cinematográfica, Alejandro se conectó con Estilo para empezar a desentrañar el contenido del monstruo.
En tu reflejo
“La ficción está ambientada en un Valle de Uco inventado, una zona rural de alta montaña donde un grupo de policías intentan, sin demasiado éxito ni voluntad, resolver una serie de crímenes contra mujeres que aparecen brutalmente decapitadas. Digamos que este es el contexto y la principal excusa narativa de la película. Por otro lado, cuando empecé a escribir, se me apareció una imagen icónica de la provincia que siempre me había llamado la atención por su simpleza y su belleza: el volcán Maipo reflejado como un triángulo perfecto sobre la Laguna del Diamante. Este sencillo esquema me permitió imaginar que la película se iba a construir visualmente sobre ciertas ideas de simetrías y reflejos y que la historia principal tendría como protagonistas a dos hombres enamorados de una misma mujer”. Así, el autor comienza a aventurarnos en el argumento y la estructura narrativa.
Y continúa: “Uno de ellos, el amante, parte del grupo de policías. El otro, probablemente el marido o algo así, es un paciente psiquiátrico. Sin adelantar demasiado de la historia, en algún momento este triángulo amoroso se invierte. Ya no es la solidez del volcán sino su reflejo lo que se apodera de la narrativa. Con el amor perdido como único sostén, el triángulo se invirtió. Y si antes eran dos hombres unidos por una mujer, ahora eran dos hombres unidos por aquello de lo que ya no podían dar cuenta. Ahí apareció el relato fantástico. El monstruo. Creo que la película finalmente narra el encuentro entre estos dos hombres”.
Retorno al misterio
–¿Qué significó filmar en tu geografía de origen?
–Seguramente sea un lugar común de los cineastas que partieron de su lugar de crecimiento, el deseo de volver a registrar aquellas cosas que en la niñez o en la adolescencia los conmovieron. Formo parte de ese lugar común. En la película anterior, “Los Salvajes”, habíamos decidido filmar en Córdoba. Después de un tiempo, casi a modo de chiste, me decía a mí mismo que había ido a las sierras porque no me animaba todavía a montañas más altas. En este caso, desde su escritura, “Muere, monstruo, muere” estaba condenada a filmarse en la provincia, en lugares que conocía o que sin querer, a lo largo de los años, volvían a mí. Ahora no había que arrugar.
-¿A qué lugares precisos te referís y cómo insidieron en la trama?
–Ese elemento, llamémoslo “documental”, fue parte central en la escritura: filmar un hospital psiquiátrico, filmar un regimiento de frontera, filmar un monasterio, filmar una central antigranizo abandonada, filmar el Punta Negra, el río Tunuyán. La película, rodada a lo largo de toda la provincia, desde Las Heras hasta Malargüe, era una excusa ficcional perfecta para volver a esos sitios. Y así se fue construyendo, entre la experiencia y la imaginación.
Una vez trazado su mapa, el desafío de Alejandro pasó a ser otro: “cómo filmar ahora esos lugares de tal manera que para mis ojos se presentaran con la misma fuerza y novedad que cuando habían irrumpido por primera vez”.
Fadel sabe que los recuerdos esconden capas, espesores, texturas. “Y era en ese misterio donde había que ir a buscar. Traer al presente, trabajar con incertidumbre y con deseo de sorpresa. No quería filmar montañas bonitas, quería filmar montañas que para los ojos del lente y para los míos, fueran nuevas”.
–¿ Cuáles fueron los hallazgos durante el proceso de realización?
–Algo que no estaba en mis cálculos previos o especulaciones fue encontrarme en la provincia con los rostros de los actores que llevarían adelante el relato. Un trabajo enorme y de una generosidad total de Alexia Salguero me hizo conocer a Víctor López, a Tania Casciani, a Francisco Carrasco, a Romina Iniesta, a Marcio Daprato, a Claudio Martínez. Su experiencia y talento ahora son parte de la película y estoy muy contento de que así sea. También conocí a grandes compañeros y colegas que se sumaron a la aventura de una película compleja, de mucho frío, de noches largas, de heladas y caminatas eternas. Fue un camino largo, agotador, pero vital. Y aquí estamos, cansados pero contentos.
A Fadel le interesa, al fin, subrayar la calidad y el talento de las producciones mendocinas y de cómo eso impacta en las retinas del mundo, en el público y en la crítica. “Es un buen momento para el cine hecho en Mendoza, espero que se logre cada vez más apoyo para seguir haciéndolo”.
Consideraciones sobre el horror, por Fadel.
«“El horror en este film es solo la parte visible de una violencia naturalizada, camuflada en una rutina de represión y miedo. A fin de cuentas, este debería ser, sobre todo, un relato sobre el encierro y sobre la lejana, casi absurda, idea de libertad”, explica Alejandro Fadel. “Grupos de hombres protegidos bajo instituciones férreas, frente al temor a lo desconocido (‘Cada uno en su cárcel piensa en la llave’, canta el viejo Eliot). Pero lo desconocido aquí tiene un cuerpo. Este monstruo que en la lejanía podría parecer humano pero lo suficientemente extraño al acercarnos como para sentir, en esa combinación de músculos desordenados, la presencia familiar y siniestra de lo que nos aterra y que, mirado con ojo cierto, podría confundirse con uno más de nosotros”, explica.
Según el cineasta, “diferentes lenguajes atraviesan el film intentando atrapar al Monstruo: la violencia policial, los laboratorios médicos y la psiquiatría moderna, el psicoanálisis, la religión, el cine. Ante la potencia de la ficción, mis preguntas como director se vuelven claras: ¿es posible narrar un monstruo con la misma distancia que a un paisaje o un rostro; vaciarlo de su peso simbólico y su lugar de representación? ¿Es posible crear un monstruo vacío, un simple juego de formas? ¿Es posible tener un acercamiento materialista al mal?”.
Fadel plantea sus dudas en voz alta: “Si me atrevo aquí a formular mis dudas frente al desafío que me impone esta historia es porque son las mismas preguntas que atraviesan el film, aun a sabiendas de no poder dar una respuesta cabal. Y porque tengo la intuición de que la película será mejor en cuanto pueda poner al Monstruo, a su relato fantástico, en igualdad de condiciones frente a la pretensión documental y el retrato humanista.
Dando prioridad a la materia y a los actores, al maquillaje y a los cuerpos, trabajando cerca de lo analógico y la artesanía. ¿Acaso alguien puede olvidar lo orgánico y perturbador de las criaturas de ‘The Thing’, de John Carpenter? Entonces, será el equilibrio entre las partes lo que hará de este un filme de imágenes y de emociones y no un filme de ideas. La ficción aquí no pretende más que, como en una pintura, encontrar la armonía entre los colores y las formas, entre la fantasía y la realidad, entre la carne y el espíritu”.
Fuente: Los Andes