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Editorial: “A pelearse a la cancha”

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partidoPor Juan Jofre

En los últimos fines de semana han ocurrido hechos que han generado el renacer de la polémica acerca de la violencia en las canchas de fútbol del Valle de Uco, y los amantes de este juego hemos tenido que escuchar tristemente cómo se defenestra y culpa al fútbol por la violencia.

Es real que en las canchas se expresa mucha violencia, tanto dentro como fuera de los campos de juego, pero no es real que el fútbol sea el responsable.

La violencia es un problema social de nuestro tiempo y nuestra cultura, no solo de Argentina sino, por lo menos, de la mitad occidental del mundo.

Tenemos una violencia visible que se expresa en lugares donde concurren personas, como las canchas de fútbol, las escuelas o los lugares de diversión nocturna. Pero eso no significa que las canchas, boliches y escuelas sean los violentos. La violencia se hace visible ahí, pero no debemos engañarnos, las causas están en otros lados.

Nuestra sociedad tiene algo así como una predisposición colectiva a la violencia, algo así como una aceptación de la mayoría de nosotros, como si la violencia fuera algo “normal”. Esta predisposición tiene varias aristas desde donde analizarla, y tenemos la obligación de hacerlo para no seguir opinando y proponiendo falsas soluciones desde la ignorancia, que lo único que hacen es agravar el problema.

Hay algo muy interesante que han investigado los que se toman en serio estas problemáticas. Les recomiendo el libro “Hacia una cultura solidaria y no violenta” de Juan Pescio y Patricia Nagy. Ellos hablan de la violencia “invisibilizada”, es decir, de todas aquellas cosas cotidianas que nos van produciendo esa predisposición para la violencia. Afirman que la “costumbre” naturaliza algunas causas de ese tipo de violencias. Y concluyen, que esa violencia no visible es la que se acumula y termina “saliendo a la luz” en momentos o escenarios que gozan de cierto “permiso” para la violencia.

Como causas “invisibilizadas” estos autores mencionan:

– la insatisfacción de tres necesidades psicológicas básicas: afecto, participación y sentido. Afirman que la mayoría de las instituciones sociales (familia, escuela, clubes, medios de comunicación, etc.) no cuidan mucho de esto, contribuyendo a crear personas insatisfechas, por lo tanto, personas proclives a la expresión violenta.

– el resentimiento, que se acumula y es muy difícil de resolver. Es producto de injusticias sufridas en el pasado y presente de una persona. Aquí entran las grandes desigualdades económicas y sociales, que provocan abismales diferencias en las oportunidades y condiciones de vida de los seres humanos. Los distintos tipos de discriminación se incluyen aquí también.

– las tensiones físicas, emocionales y mentales que se acumulan en el cuerpo y pueden resultar detonantes.

– la constante exposición a modelos violentos. La sociedad recibe permanentemente mensajes violentos a través de los medios de comunicación. La TV transmite diariamente eventos violentos y eso se capta socialmente como “formas de resolver conflictos”.

Todo eso genera un “combo” que se hace visible en algunos lugares como las canchas de fútbol.

No podemos seguir siendo irresponsables y aceptando una mirada miope y mentirosa que nos propone analizar estos hechos solamente desde una óptica de la seguridad.

Algunos reclaman más policías en las canchas y otras medidas de seguridad, pero con eso no alcanza. Necesitamos mirar las causas del problema, si es que realmente queremos solucionar algo.

Hay otros más retrógrados que insisten en castigos y sanciones más duras. Por suerte son pocos los poco sesudos opinadores defensores de estas medidas, porque si no ya no quedarían clubes.

Es real que en las canchas se expresa la violencia, pero también es real que culturalmente estos espacios han sido y son considerados como los ámbitos propicios para este tipo de expresión (recuerde el lector cuántas veces escuchó el conocido “esto no es una cancha” o “a pelearse a la cancha”). Tampoco podemos dejar de ver que aquellos que asisten asiduamente a las canchas son mayoritariamente personas con altos niveles de insatisfacción, resentimiento y tensiones. Gran parte de la gente que sostiene el fútbol en nuestro Valle de Uco proviene de sectores sociales con menos oportunidades.

También es verdad que muchos dirigentes carecen de capacitación y apoyo para hacer frente a la problemática de la violencia. Sin mentirnos, también es real que hay quienes se benefician con la violencia.

Con medidas de mayor seguridad podemos aportar a disminuir la violencia, pero no estaremos atacando el problema real.

El Estado Provincial y los Municipios no pueden mirar para otro lado. Los dirigentes políticos son quienes deben comenzar a pensar el tema con la seriedad necesaria y aportar con acciones concretas para empezar a solucionarlo.

Los clubes de fútbol contienen a la mayoría de los jóvenes, pero reciben muy poca ayuda para mejorar esa contención. Desde los clubes todo se hace a pulmón y muchas veces sin saber bien como actuar frente a determinados problemas.

En San Carlos, por ejemplo, no se hace lo que se viene reclamando desde hace tiempo: apoyo de transporte y refrigerios para los adolescentes. Con muy poco dinero el municipio podría garantizar a todos la posibilidad de trasladarse dignamente para la competencia deportiva y generar, con un pequeño refrigerio (tortita, alfajores o algo así), un espacio para compartir entre todos los pibes al término de los partidos, tengan el color de camiseta que tengan.

Capacitación para dirigentes es otra gran deuda. Es necesario reforzar lazos de solidaridad entre los clubes, que generarían mejores relaciones y lógicamente menos violencia.

No faltará el lector que me acuse de justificar la violencia, pero no es así. No estoy justificando, estoy tratando de aportar a una comprensión global del problema, para que las acciones que se puedan realizar sean también en sentido global y abarcativo, abandonando las posturas simplistas que no resuelven nada.

He sido jugador, colaborador, dirigente de club, dirigente de Liga y Director Técnico de Inferiores y Primera división, creo tener cierto conocimiento del tema como para afirmar que nada resolveremos sin empezar por donde se debe: construir una cultura más solidaria, justa e inclusiva. Los que hacemos el fútbol podemos y debemos aportar, pero solos nunca podremos.

Necesitamos del Estado; necesitamos políticas que promuevan el deporte, la inclusión y los modos no violentos de resolver los problemas.

Así que los gorilas moralistas no se golpeen el pecho lanzando acusaciones para todos lados. Más bien sentémonos a pensar un rato, hacer autocrítica, dialogar con otros, y de una buena vez por todas, poner manos a la obra.