Así lo indican estudios del Conicet. Lo sucedido en Quebrada Seca y Ranchillos tiene una recurrencia de 4 y 30 años respectivamente.
Tres aludes que se produjeron entre la tarde del domingo y ayer sobre la Ruta 7, en las inmediaciones de Uspallata, obligaron a interrumpir el tránsito durante varias horas -o dejar una sola vía- ante el peligro que esto representaba para los conductores. Según los especialistas, esta situación tiene tendencia a incrementarse por el calentamiento global.
Recordemos que no es la primera vez que se debe suspender, por este motivo, la circulación de vehículos en la alta montaña mendocina. Por citar algunos, en los últimos años hubo varios eventos destacables.
En 2013 cuatro aludes consecutivos obligaron a cortar el tránsito en la ruta internacional. En 2015 se registraron 55 fenómenos en 29 días y en 2016 un poderoso temporal tiró abajo el puente ubicado sobre el arroyo El Tigre que obligó a traer un puente portátil -Bailey- desde Entre Ríos.
Recurrentes
Stella Moreiras es doctora en Geología e investigadora del Conicet y ha dedicado su carrera profesional a estudiar estos fenómenos. La especialista advirtió que el primer suceso ocurrido el pasado domingo, en Ranchillos, tiene una recurrencia de 30 años, aproximadamente.
En tanto, el alud – el término técnico es flujo de detritos- que se produjo en la Quebrada Seca es mucho más frecuente ya que tiene una ocurrencia de un evento cada cuatro años.
Ésta es la zona más problemática del corredor bioceánico. En tanto el tercer desprendimiento de roca ocurrió entre el kilómetro 1.138 y el túnel 10 de la misma ruta.
Según un trabajo realizado por ella para el Conicet, grandes flujos de detritos se han registrado en la Quebrada Seca en los años 1974, 1976, 1980, 1983, 1999, 2000, 2006, 2007, 2013 y 2015 que sepultó dos máquinas viales de una empresa constructora. El evento mayor fue el de 2007, que movilizó un volumen de 33.500 metros cúbicos.
Respecto de la Quebrada Seca dijo además que la recurrencia es grande porque abarca un área extensa en la que tributan dos cuencas. «Siempre se están generando flujos de detritos con frecuencia muy alta porque en una de las dos cuencas siempre llueve» aclaró.
En tanto, en el caso de Ranchillos se trata de un evento extraordinario. De hecho, el último registro data de 1982 cuando en esa zona un alud arrastró un puente.
«Tiene una recurrencia de aproximadamente 30 años. Otro elemento a tener en cuenta es que ese año, como éste, estaba presente la corriente del Niño». De todas formas, indicó que los aludes no son fenómenos que se han dado solamente en los últimos años, aunque advirtió que serán cada vez más frecuentes.
«Estos procesos siempre se han producido; hay registros muy antiguos. Lo que sucede es que a veces no afectan la ruta y pasan desapercibidos», explicó la especialista, quien también es docente de la facultad de Ciencias Agrarias (UNCuyo).
Según indicó Moreiras, las causas de este alud están relacionadas con el cambio climático. «Son precipitaciones que se producen en poco tiempo, que vienen desde el Atlántico y con el cambio climático global se han intensificado. A ello hay que sumarle la cantidad de sedimento presente en el cauce», informó la geóloga.
Vale destacar que se pueden dar otro tipo de aludes también gestados por el calentamiento global. Moreiras recordó al respecto los que han sucedido en la quebrada de La Salada, Los Grises o Arroyo Negro, debido al calentamiento excepcional de los glaciares. La geóloga explicó que cada alud tiene sus características particulares y que a lo largo de la ruta internacional 7 deben ser estudiados específicamente.
Un problema
Moreiras explicó que en el momento en que se hizo la ruta internacional a Chile, en 1942, se proyectaron alcantarillas en función de cursos de agua pensados como portadores de agua.
Lo que sucede es que estos se saturan, trayendo sedimento – detritos- como bloques de barro que tienen un volumen tres veces más grande que lo pensado para esas alcantarillas. Cuando eso sucede, la ruta colapsa.
La investigadora del Conicet considera que debería volverse a estudiar todas las obras que hay, haciendo foco en las canalizaciones que se han hecho ya que a veces sólo se solucionan los problemas con «parches». «Pero esos cálculos deben hacerse con el volumen de detritos de cada caso particular», indicó.
Fuente: Los Andes por Federico Fayad