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Éxodo rural: cada vez son menos los jóvenes que eligen vivir en el campo mendocino

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Un estudio de Acovi indica que solo el 15% de los hijos de productores viven en fincas. Preocupa el desarraigo y el abandono de las tierras.

Ya se sabe: desde hace años el campo mendocino sufre el éxodo continuo de los jóvenes a la ciudad, con la consecuente pérdida de la matriz productiva de la provincia.

Hay numerosas razones que explican el escaso atractivo que ejerce el agro entre los más jóvenes. Hay motivos de escasa previsibilidad con sus vaivenes de alta y baja productividad ante los rigores climáticos y la frontera biológica que fijan las plagas de turno. También está el pulso comercial, con años de caída de precios y la incertidumbre de no saber lo que pasará con el destino de lo producido.

También están los factores tecnológicos, el campo no luce atractivo para el impulso juvenil que se mueve ágil con las hiperconectividad y su universo propio de dispositivos electrónicos. El campo tampoco carga tranqueras adentro con prestigio.

De hecho, un relevamiento de productores de Acovi, del cual se han conocido algunos avances por medio de Carlos Iannizzotto indica que “de un censo a 3.803 hijos de productores, solo el 15% vive en la finca”.

Los padres no piensan que el éxito sostenido se esconda entre las hileras de cultivos. Opinan que el ascenso social no vive ni reina entre los surcos, sino que es evidente entre las luces de la ciudad.

“En el campo no va quedando renovación humana. Seguimos con la metodología antigua porque es antiguo como las personas. Se dan de baja las unidades productivas porque no se ve una salida laboral y profesional y por lo tanto no se ve incentivo económico. Tampoco hay satisfacción en los servicios de salud”, detalla el productor sureño Martín Argullo, de Vista Flores.

El productor cargó tintas también contra la política de concentración urbana a expensas de campo. “Se han ido trasladando las generaciones más jóvenes lo que ha generado un cúmulo de desocupados. Hoy el problema es que la gente esta marchando hacia la hacinación en la ciudad y se pierde la producción de alimentos del campo local”, reflexionó Garbullo.

Más allá de las apreciaciones  lo que sí es indiscutible es que la gran mayoría de los hombres de campo en Mendoza peinan canas. Al menos esta evidencia queda plasmada en las estadísticas que posee el Instituto de Desarrollo Rural (IDR)

En forma genérica el último Censo Agrícola del 2010, la edad promedio del productor frutícola que toma decisiones en el ámbito rural, es la siguiente; en la Zona Norte es de 57,7 años, en el Este de 59,4 años, en el Valle de Uco de 55,6 años, en tanto para la zona Sur es de 56,4 años. El promedio provincial de edad de los productores de frutas para el 2010 era de 57 años.

Cuatro años después, esto en el 2014, el Censo de Productores de Durazno para Industria la edad promedio era de 57,2 años.

La edad más avanzada era para el Noreste con casi 60 años, el Valle de Uco también registró promedios de madurez entre sus hombres de campo, con 57,5 años en tanto el Sur marcó 55,9 años como edad promedio.

El campo según las generaciones

Desde hace años retener a los más jóvenes para garantizar el desarrollo genuino de la matriz agrícola es un objetivo entre las principales entidades agrícolas de la provincia.

Este es el caso de  la Asociación de Cooperativas Vitivinícolas Argentina -Acovi-, hace unas semanas los productores vitícolas alzaron sus voces y alertaron sobre la constante migración de los más jóvenes y su adiós a las tierras productivas que cuidaron sus mayores atraídos por las promesas de avance social que promete el Gran Mendoza.

En ésa línea Carlos Iannizzotto directivo de Acovi y presidente de Coninagro señaló que realizaron una muestra con la Universidad de San Martín, de Buenos Aires. En concreto fueron segmentados por edad 500 productores de Mendoza. El primer grupo entre 55 y 65 años correspondió a un 60% de la muestra.

Y jóvenes de 20 a 30 años que completaron el 40% restante. El estudio se realizó en el 2013 con el objetivo e indagar las razones por las cuales los hijos emigraban de las fincas en tanto sus mayores seguían apostando por el crecimiento productivo de sus cultivos.

Del lado de los productores con edades maduras la mayoría según Iannizotto quieren que sus hijos sigan en la finca en la medida que puedan disfrutar infraestuctura, transporte, educación y salud.

“Los productores con más experiencia puntearon  la necesidad de tener líneas de transporte para poder trasladarse. También según ellos el campo debe tener centros sanitarios y educativos que garanticen calidad formativa para sus hijos, de ésa forma se frenaría la emigración del campo a la ciudad”, explicó Iannizzoto.

El otro resultado que arrojó el estudio previo desde el punto de vista de los más jóvenes es que dejan la tierra de sus antepasados porque no vislumbran un futuro cierto.

“Es verdad que hay mucha inestabilidad, no ven seguridad en las labores culturales que deben hacerse año tras año. La temporada puede arrojar  o no una cosecha abundante y tampoco eso garantiza éxito en lo comercial, ya que los precios también tienen su propia lógica comercial”, reflexionó el dirigente productivo.

Para Iannizotto, el cuello de botella es que los más jóvenes creen que tienen mejores alternativas en la ciudad pero terminan precarizados por los costos de alimentación, alquiler y costo de vida. “En tanto en el campo el precio de alimentos y la posibilidad de tener casa propia es más accesible”, punteó el dirigente de Coninagro.

En primera persona

Con la herencia productiva en su presente, el joven Santiago Sancho sabe que debe hacer honor a su abuelo, que comenzó a administrar una unidad productiva para luego ser propietario. La impronta familiar siguió en su padre Eduardo Sancho, presidente de Fecovita y ahora llega a su cotidianidad.

En su presente, no sólo está convencido de que el modelo cooperativo derrama beneficios evidentes, sino también sabe que el despegue productivo viene del desarrollo tecnológico.

“Esa es la clave para retener a los más jóvenes. Necesitamos comodidades de la ciudad pero manteniendo la explotación rural. En tanto el modelo de las cooperativas le otorga una fuerte impronta de colaboración en lo productivo y social”, brindó a modo de solución Sancho.

Apostar por el desarrollo agrícola y por ende dejar huellas propias, es también evidente en las palabras del joven productor Mauricio Manresa.

No sólo está abocado apuntalar el pulso productivo de las tierras familiares, sino que también como Santiago Sancho es dirigente cooperativista. En el caso de Mauricio es el presidente  de las Juventudes de Cooperativas Vitivinícolas (Jucovi)

En sus palabras hay optimismo, pero también no deja de vislumbrar los desafíos que abre el futuro como campos manejados de manera unilateral para luego una vez que el productor fallece, el legado queda huérfano, sin sucesores autorizados por la fuerza de las leyes.

“La mayoría de los que están trabajando a mano la viña y parral tenemos el problema que los mayores la saben trabajar, en tanto los hijos se dedican a estudiar y no hay mano de obra para seguir con estas producciones. El problema más notable es en la cosecha en la vendimia es muy difícil conseguir personas que quieran cosechar. Hay por una parte falta de gente y otra la carencia de capacidad por el hecho de que nunca lo han hecho los jóvenes”, detalló Manresa.

La sucesión el otro desafío

«Nuestros hijos nuestros sucesores», es el lema que ya se replica a modo de inspiración entre los productores vitícolas sobre el Valle de Uco agrupados en ACOVI. Desde la agrupación cooperativista están buscando de dar solución para resolver la sucesión de las tierras.

Hace unos días tuvieron la primera reunión con profesionales de la Universidad Nacional de Cuyo para ofrecer soluciones a las problemáticas sucesorias.

“Lo que se busca con el proyecto no es solo resolver problemas de papeles en particular, sino buscar alternativas que le faciliten al productor abordar este problema sucesorio a través de diferentes herramientas”, remarcó  el dirigente cooperativo Santiago Sancho.

Fuente: Los Andes