Tic tac, tic tac…. Tres agujas me empujan a la calle, somnoliento y de mal humor. El cuerpo me pesa sin motivos aparentes. En otros términos: un burro de carga que sabe poco lo que carga. Indignado (la palabra ¿más punk? del 2011) me tiro la primera piedra del día: ¿Cómo si fuera tarea sencilla auto-descubrirse? Decido aliviar las valijas pero más tarde, ahora estoy apurado.
Me subo al auto. Voy camino a…… Mis ociosos ojos ven pasar una imagen tras otra. Una sucesión de informaciones que soy incapaz de deconstruir y, menos aún, relacionar: En una esquina con vereda de tierra un niño pretende alcanzar un perro burlón. Bajo la ventanilla: el aroma de unos tilos se me cuela por la nariz. Respiro hondo mientras repaso mentalmente el orden del día. Me detengo en el correo y activo la secuencia pre-programada: Hacer fila; revisar la boleta aún subsidiada; hacer fila; comentar sobre el estado del tiempo; mirar el reloj; entregar el dinero; volver al auto; seguir viaje. Con la nueva marcha llegan más imágenes. En otra esquina, un abuelito-tortuga, con una escuálida bolsita de supermercado, pasa en rojo un semáforo recién instalado. Un bocinazo suena a mis espaldas y me devuelve a la ¿realidad? Avanzo. Un auto-parlante callejero grita las ofertas del fin de semana insistentemente. Levanto el vidrio y prendo la radio: la versión acústica de “A perfect day” de Lou Reed es interrumpida por un locutor que ofrece consejos (ahora les llamamos “tips”) para no achicharrarnos bajo el sol del verano. En el trabajo alguien me habla y yo bajo la persiana. Me excuso bajo el paraguas del “tengo cosas que hacer” y rajo. Al mediodía preparo un almuerzo “fast food” que terminaré de digerir en la sobremesa del turno tarde. A las siete p.m. me espera el doc, aunque en verdad soy yo el que lo espera en una sala habitada por caras de tensión más cansancio igual a estrés. Diagnóstico: ídem a las caras. Cuando salgo me siento en un bar “express” donde bebo sorbos rápidos de café mientras veo entrar y salir gente que conozco hasta el límite del:
_ Hola, ¿cómo estás?
_ Bien, ¿y vos?
_ Todo bien. Nos vemos.
_ Chau.
Regreso a casa (mejor sería decir progreso pero lo dudo). Traspaso la puerta de entrada y, efectivamente, regreso a la pregunta matinal; desando el día; trato de desgranar esta existencia pautada; saco un poco de ropa vieja y tic tac, tic tac, tic tac. Tres agujas me adormecen y… “Cucú, cucú……… a los empellones, aunque no te guste a la cama irás…”