Dos experiencias de producción agroecológica son llevadas adelante en el paraje La Cañada por un grupo de familias y de jóvenes estudiantes. Ambas forman parte de la asociación Crece Desde el Pie y son acompañadas por la Agencia de Extensión Rural INTA La Consulta, a través del programa Pro-Huerta.
Sin el uso de agroquímicos, la agroecología prioriza la producción de alimentos sanos, el cuidado del medio ambiente y además, otras formas de relacionarnos entre personas y con la naturaleza. Es en este sentido que, un grupo de seis familias organizadas en una experiencia de huerta comunitaria, y un grupo de seis jóvenes estudiantes de diferentes carreras técnicas agrupados, vienen produciendo agroecológicamente en el paraje rural de La Cañada, en La Consulta.
“Los sistemas agroecológicos intentan seguir los principios ecológicos, o sea, los principios de la naturaleza (…) Hay dos cosas básicas que son: por un lado el suelo bien nutrido, con mucha materia orgánica. Y por otro lado, la diversidad: ningún ecosistema natural, sin la intervención del hombre, tiene una sola especie”, explica la ingeniera Laura Costella, responsable técnica de la Agencia de Extensión Rural INTA La Consulta, sobre el modelo de producción al que se apuesta.
Ambos grupos forman parte de la asociación Crece Desde el Pie, organización que viene trabajando la agroecología en el departamento de San Carlos, y surgieron a finales del año pasado a partir de un convenio de articulación en el que desde la AER INTA La Consulta se acompaña desde diferentes aspectos técnicos y mediante el aporte de insumos. “Lo que se busca es acompañar a quienes vienen produciendo, desde algunas cuestiones técnicas o buscando mercados. Y además, como en estos casos, fomentar las experiencias desde el inicio para formar el grupo y comenzar a producir”, señala Costella.
Cada huerta abarca alrededor de una hectárea donde se producen, sin agroquímicos, diversas hortalizas que luego se comercializan en la comunidad. “Con los mercados de cercanía se pretende tener relación con el pueblo donde uno vive, que la comunidad también se beneficie de esos sistemas productivos accediendo a otro tipo de alimentos”, explica la ingeniera y sobre el trabajo colectivo de las experiencias sostiene: “se producen alimentos sanos y se intenta seguir conservando los recursos naturales, pero también se buscan otras formas de comercializar y otras formas de organizar la producción”.
Parte de esa producción agroecológica, en un compromiso social, ha sido donada además por los grupos de trabajo al hogar “Cunita del Sol”, ubicado en el distrito de Eugenio Bustos y a escuelas rurales del departamento que tienen comedor, con el fin de que los niños puedan tener acceso a estos productos.
Los protagonistas de las experiencias
A pura zapa, abriendo surcos con animales, con sacrificio, como lo hacían nuestros abuelos. Así comenzaron las familias de la huerta comunitaria y los jóvenes agroecológicos a preparar la tierra para las huertas en las que actualmente producen diversas hortalizas que ellos mismos venden a los vecinos del pueblo.
“Lleva mucho trabajo pero tenés la satisfacción de saber que de alguna manera estás ayudando al medio ambiente. Con los agroquímicos no sólo se enferma la planta, se enferma el aire, el agua, todo”, comenta Yamila, de la huerta comunitaria, sobre el modelo productivo al que apuestan sin usar agrotóxicos. “Cuidamos la tierra para que no se pierda”, agrega Mercedes.
El grupo de la huerta comunitaria está conformado por seis familias que siempre habían trabajado en fincas de la zona. “Todo lo trabajan con veneno y dejan a los obreros sin trabajo”, reflexiona Irma como unas de las consecuencias sociales del modelo agrícola convencional en el que el éxito muchas veces se mide en relación al rendimiento –la cantidad de kilos que se obtienen-, sin tener en cuenta los impactos ambientales y económicos.
Al grupo de jóvenes huerteros lo integran seis estudiantes de diferentes carreras técnicas agrupados. “La mayoría somos estudiantes de Agronomía. Teníamos una base, habíamos hecho prácticas, pero nunca algo así. Nos coordinaba una profesora y nos decía qué hacer”, asegura Maxi y señala que si bien la teoría es importante, “a la hora de agarrar la zapa es diferente”.
“El modelo agroecológico no utiliza los agroquímicos que contaminan el producto final que terminamos comiendo en casa”, reafirman los jóvenes y resaltan que una de las principales diferencias con el sistema convencional es “cómo nos organizamos”. “Nosotros buscamos otra relación entre nosotros, los que le estamos poniendo el lomo, y también con la gente que va a comer el producto. Llegamos directo al consumidor final”, manifiestan.
Tanto las familias como los jóvenes trabajan de manera organizada: se reúnen periódicamente y acuerdan los horarios y las tareas a realizar. También, en conjunto, van aprendiendo distintas estrategias de la agroecología como las asociaciones, el control de malezas y la regulación de plagas. No se olvidan de poner en común sus conocimientos y recuperar antiguas prácticas: “el que sabe algo, lo comparte”, aseguran.
Fuente: Prensa INTA La Consulta