Son de Pareditas y cocinan a pedido, con ingredientes del entorno y usando recetas ancestrales. Sus platos los elaboran “donde la madre tierra mande”.
Uno piensa que Carlos va orando mientras recorre despacio el campo, juntando las mejores ramitas secas. “De la leña común, la de olmo es muy buena para iniciar el fuego y hace buenas brasas”, dice y arma -con la entrega de un artista- una choza de palos sobre la base de piedra. Sigue la adoración.
“Hay que conectarse -explica-; el fuego es un espíritu, un elemental, hay que invocarlo. Al principio me costaba, pero todo es contemplación”, agrega y enseguida la madera comienza a crujir resignada ante las llamas.
No es una puesta en escena. Hacer fuego y cocinar conforman para Carlos Farías y Vanesa Montenegroverdaderos rituales que los conectan con la cultura ancestral de la que vienen.
Esta pareja de Pareditas eligió apostar a la “comida nómada” como emprendimiento familiar, no por tendencia o excentricismo sino porque es la manera más sincera que encuentran de recuperar y mantener vivas las costumbres de su pueblo: la Nación Mapuche.
Sus platos ancestrales, realizados con productos sembrados y otros recolectados en el territorio sur de San Carlos, y elaborados “donde la madre tierra mande”, se alzan hoy como un atractivo turístico más de los que ofrece el Valle de Uco tierra adentro.
Carlos Farías y Vanesa Montenegro cocinan haciendo amigos. Tienen que estar el fogón, las anécdotas, los mates de antesala, el armado de la mesa juntos y el vino compartido. Debe ser por eso que la idea de un restaurante les asemeja más bien a una cárcel.
La pareja ha ofrecido sus menúes tanto en festivales y fiestas privadas como a la vera de un camino perdido de montaña o en medio del cañadón profundo de las Huayquerías.
“Se puede cocinar en cualquier lugar, lo importante es conectar con la naturaleza», apunta Vanesa, mientras raya uno a uno los choclos para elaborar una humita en chala. La chaya (‘olla’ en el idioma mapudungún) ya está sobre el fuego y Carlos es el encargado de supervisar que las verduras se cocinen en su punto justo.
Mientras tanto, comparte sin recelo las recetas y secretos de estos platos ancestrales.
“La chaya es para nuestro pueblo toda comida preparada en olla, así como el curanto es lo que se cocina en piedras volcánicas. Pero, habitualmente, se conoce a la chaya como un plato que nuestros antepasados elaboraban con choique y nosotros hacemos con pollo o pavo. Tiene que cocinarse por más de 3 horas”, cuenta la mujer. Recuerda cuando lo prepararon para un contingente de turistas, en la zona conocida como la Faja, debajo de un sauce y a orillas de la vieja ruta 40.
Esta particular empresa gastronómica -que también vende algunos deliverys- ofrece desde las comidas ancestrales (como el charquican: guiso elaborado con carne y verduras desecadas) hasta las más tradicionales mendocinas (asados, jamón crudo, pasteles, carne a la olla, etc).
“Yo me encuentro más como recolector”, confía Carlos y enseguida narra sus andanzas por los campos buscando hongos en otoño, y plantas medicinales o aromáticas para sazonar sus platos. Tiene una envidiable sabiduría de lo natural y gusta de informar para qué es bueno masticar tal planta o tomar tal té digestivo.
Claro que sus ancestros no tenían que sortear algunos alambrados como él lo hace o enfrentarse a los prejuicios de una sociedad que recién ahora está comenzando a preguntarse por sus orígenes.
“Es tiempo de preguntas. Es necesario que todos empecemos a preguntarnos de dónde venimos, para encontrar respuestas y sanar heridas”, sostiene este descendiente de mapuches.
“Siempre nos sentimos bichos raros; ahora sabemos qué clase de bichos somos”, se ríe Vanesa, ya sirviendo sus platos humeantes sobre fardos de pasto.
“Muchos de los vocablos que usamos hoy aquí tienen su raíz en el mapudungún. Por ejemplo el chiñe, el choique o que se le diga a un nene que es ñañero, es porque las abuelas mapuches son ñañas”, explica la cocinera.
El almuerzo ya es reunión de amigos en el acogedor campo Don Gregorio Uco, de Tres Esquinas. Sus dueños, Romina y Martín Gómez, se suman al convite. También lo hace la yegua Remedios, que está demasiado interesada en socializar.
La tarde arranca entre brindis y relatos puestos en comunidad. Es ahí cuando uno entiende que para Carlos y Vanesa cocinar sea una forma de mantener viva su cultura ancestral.
Fuente: Los Andes (Gisela Manoni)