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Luego de trabajar por 48 años como canillita, Blanquita repartió su último diario

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La mujer decidió cerrar su kiosco de la calle Belgrano después de casi medio siglo de trayectoria en Tupungato. Nostalgia y recuerdos de un trabajo que le dejó amistades y muchas anécdotas. Los clientes siguen preguntando por ella.

El 19 de enero Blanquita, como la conocen todos, hizo lo de costumbre: pasadas las 5 de la mañana recibió la pila de diarios que después armó, subió a su auto y, cuando el sol despuntaba, empezó a repartir por las casas y negocios de sus clientes, a quien les dejó algo más que uno de los primeros saludos de la mañana. También, tuvo que avisarles que iba a ser el último que les entregaría, porque había decidió cerrar su quiosco de diarios y revistas, retirándose del oficio de canillita.

Nostalgia pero muchas muestras de afecto, asegura que ha sentido todos estos días, después de haber cerrado con candado y definitivamente las puertas de ese escaparate celeste y amarillo de la avenida Belgrano, casi esquina Mitre. «Lo he extrañado una barbaridad. Me sueño repartiendo el diario, o que no llega y que está demorado. Intento no pasar por ahí», confiesa esta tupungatina de 72 años, asegurando que fue un trabajo que le encantó porque vivió gracias a él toda su vida y que jamás le pesó ser mujer, a pesar de que está asociado históricamente a los hombres.

Es que detrás de ese 19 de enero, hubo casi medio siglo de trayectoria. «Creo que tenía unos 22 años o un poco más cuando empecé. Doña Josefa dejaba el kiosco de la plaza y lo ofrecía en licitación y nosotros lo licitamos», recuerda de cómo, incentivada por quien fuera su marido –ya fallecido– empezó a hacerse de clientes y arrancó con la rutina madrugadora que repetiría por más de 48 años, de lunes a lunes.

«Preparaba 4 bolsos. Eran muchos diarios. Imaginate que llegué a vender 500. Y ahí empezaba a caminar de una punta de la calle a otra, de las tres principales», detalla contando que, a medida que fueron pasando los años, fue adquiriendo otros medios de movilidad para repartirlos. Después fue una bicicleta, luego una moto y, cuando ya había atravesado un par de décadas en el rubro, accedió a un auto.

Lo que también fue mutando fueron los lugares de venta. Cuando perdió la licitación del emblemático kiosco de doña Josefa, se armó uno de madera en su casa (frente a otra de las esquinas de la plaza departamental), después alquiló un local en lo de Solustri, como se conoce a uno de los sectores comerciales de la avenida Belgrano adonde hoy se ubica un reconocido restorán de esa familia y donde supo estar uno de los primeros hoteles de Tupungato.

Por último, se movió unos pasitos más hacia el norte y colocó el escaparate en el que prácticamente vivió todos estos últimos años.

Es que Blanca Italia Cuello, después de entregar los periódicos, se instalaba casi todo el día en ese kiosco al que supo llenar de revistas y diarios de todo tipo, y en el que fue cosechando tanto clientes, como amigos.

«Ahora le preguntan a mi hija: ¿adónde está la Blanquita? Es que hice muchas amistades. En pleno invierno me llevaba un termo de café y le convidaba a varios que pasaban. Y con el diario, era raro que me olvidara o no les fuera a cumplir», relata, quien fue testigo de gratos momentos, pero también de otros difíciles para la comunidad.

Por actitudes como estas, estuvo en las oraciones y en las cadenas de mensajes de apoyo que crearon muchos tupungatinos, cuando hace unos años atravesó una situación de salud sumamente crítica, producto de un infarto intestinal. «Sentí mucho cariño de la gente y volví muy contenta a atender el kiosco», afirma.

Sabe que fue una pieza clave en la comunicación del pueblo, en épocas donde el diario y la radio eran las principales fuentes de información. «Si uno se olvidaba de llevarles el diario se volvían locos. Siempre estaban los que venían y preguntaban ¿salió tal cosa? ¿en cuál? ¿qué dice?», recuerda sobre lo que la motivaba todas las mañanas a leer de punta a punta los periódicos, para poder estar informada.

A pesar de que todavía se despierta muy temprano, acostumbrada a madrugar, de a poco contó que está empezando a descubrir cómo entretenerse y armar una rutina diaria, tan desconocida para los canillitas. «Ahora puedo visitar a mis hijos, cocinar desde temprano, prepararle la típica comida de la abuela a los nietos, como las humitas, y también salgo a caminar. Me gustaría empezar a viajar», concluyó quien, con su labor, también se escribirá en las páginas de la historia de este departamento.

Fuente: Diario UNO (Alejandra Aldi)