Hace dos semanas el anuncio sacudió a sus clientes y provocó una rápida reacción sumándose a la propuesta: «Vení y salvá un libro». Todos los sábados, a partir de las 17, en Perito Moreno 266, de Godoy Cuz, y hasta agotar stock, se liquidan ejemplares desde $10. Más que una estrategia de marketing, una despedida lenta, para que no duela de golpe, con charlas, «música, vino y bocaditos».
El negocio se volvió «imposible de sostener» con el desplome en las ventas, el aumento del alquiler, servicios y la competencia feroz con las grandes cadenas, dice Edgardo Spedaletti , dueño de la librería Pirámides.
Explica que todo a su alrededor le indicaba que debía abandonar el barco o dar un giro de timón. Y es que este tipo de librerías, donde podías encontrar de todo: la novedad, los clásicos y los usados a buen precio, tan comunes hace 15 años, fueron desapareciendo y con ellos, tipos de oficio como Spedaletti, que saben y que te contagian las ganas de leer.
«No va a existir más una librería, así. Y que se preparen las del Centro, porque irán por ellas», advierte. En busca de dejar un testimonio de su existencia, Laura Robino, su esposa, pintó en la pared: «Librería Pirámides» y le dio color al viejo local que hoy paga $5.000 de alquiler. Insostenible.
Además, le resulta imposible competir con las grandes cadenas, algunas que incluso tienen editorial propia y buscan «consumidores» más que lectores con promociones y venta con tarjeta.
«Tenemos que ponernos a pensar que vamos a leer lo que un sólo tipo quiera. Eso es lo que me angustia, que la diversidad cultural que hay en una librería no va a estar más. No van a reeditar estos libros, porque hay otros que venden mejor», explica mientras señala una y otra repisa.
Para colmo, en junio le entraron a robar. Un suceso extraño, le sustrajeron alrededor de $15.000 en libros. Elegidos, no sólo nuevos sino usados, «lo mejor que había». Se dijo: «De acá me tengo que ir».
Entre sus amigos y clientes, todos bohemios y lectores empedernidos, está la esperanza de que no cierre. Que sea sólo un arranque de impotencia. Porque no es que cada vez se lea menos, «los chicos y los adultos leen, pero es imposible pagar los libros con estos ingresos», aclara.
Así, la meta es hacer el acto de clausura el 31 de diciembre vendiendo el último ejemplar, o regalándolo. No se quiere quedar con ninguno de «sus libros». Tampoco revenderlos a un librero. «La cultura tiene que estar al alcance de la gente», enfatiza.
Fuente: El sol online