> Calendario del Archivo de Noticias <

Tupungato: Marta Coria de Santinelli, una alumna de 91 años que nunca falta a clases

WhatsApp
Facebook
Twitter
Imprimir

La nota realizada por la colega Giselle Manoni para un medio provincial, cuenta la historia de Marta, una alumna de 91 años con asistencia perfecta en Tupungato.

Con lluvia, con grados bajo cero o en tardes de sol radiante; Marta toma su pesado bolso -repleto de gubias y retazos de madera- y camina las casi diez cuadras que las separan de la escuela artística 5-018 en Tupungato.

Como un ‘religioso ritual’, realiza este trayecto cada lunes sin falta y desbordante de entusiasmo, porque a sus 91 años ella reconoce “que aún tiene mucho que aprender”.

Marta H. Coria de Santinelli es la alumna más aplicada y predispuesta del taller de Talla en Madera. Y no sólo porque tiene asistencia perfecta y genera permanentemente material para las muestras.

La mujer también es quien lleva “las cascaritas de naranjas confitadas” para ‘animar’ la clase, la primera en anotarse para realizar actividades extra escolares con sus compañeros o quien no duda en «arremangarse» para encarar tareas más rudas, cuando el tamaño de la escultura o la obra artística así lo requiere.

“Llegué sólo hasta sexto grado y después no seguí estudiando, hasta ahora que volví a la escuela” -se ríe- “Siempre tuve facilidad con las artes manuales”. Cuenta que su madre, Ofelia Gómez, percibió este ‘don’ de su hija cuando era pequeña y, por ello, la instó a que se inscribiera en un taller de Corte y Confección que se dictaba cerca de su casa, en la Quinta Sección de Ciudad.

A los 15 años, Marta trabajaba ya de modista, una profesión en la que pudo hacer una notable trayectoria y que le regaló grandes amigas y clientas. Dejó de “coser para afuera” hace unos 15 años, “cuando decayó la industria porque las mujeres descubrieron que era más barato comprar todo hecho”, señala.

Entonces, doña Marta se cobijó en el antiguo arte de tallar madera. Comenzó a asistir a las Aulas para el tiempo libre de la UNCuyo y después siguió a su ‘maestra’ Cecilia en cuanto taller abrió. Con el tiempo fue perfeccionando su técnica y sus diseños.

“De esto no se puede vivir, pero es mi pasión”, sostiene la mujer, quien “sigue aprendiendo” ahora en Tupungato, donde vive desde hace unos años.

Alumna modelo

En el «grabador» suena un tema de folclore cuyano. Marta analiza la pieza de cedro, pasa sus gastados dedos por el borde y elige una gubia, del extenso y cuidado muestrario que descansa sobre la mesa.

Cada tanto, coloca un poco de miel y una cascarita de naranja al mate humeante y lo saborea mientras vuelve a presionar el filo sobre la madera.

Sumida ese ‘mundo de absoluta intimidad’ suele pasar unas cuatro horas por día. “Saco ideas y modelos googleando por distintos sitios de Internet”, detalla la abuela con entusiasmo. “Muchas cosas son producto de mi imaginación y otro tanto, deberes que me da el profe”, se ríe.

Esta labor artesanal es mucho más que un pasatiempo para Marta. Se toma muy en serio el cursado del taller. “No falta nunca y avanza rapidísimo con los trabajos. Por lo general, el artista visual suele esconderse tras sus obras, por vergüenza o pudor. Marta, no. Está muy orgullosa de lo que hace y participa en cuanta muestra hace la escuela”, destacó su profesor Homero Bosia.

Ninguno de sus dos hijos y cinco nietos heredó su pasión por las artesanías, aunque ella se encarga de mantenerlos provistos de las suyas. Quien sí la acompaña y alienta en su pasión es Doroteo Santinelli, el mecánico de motos, especialista de la marca italiana Moto Guzzi, de quien se enamoró en una finca de Tupungato cuando era una veinteañera y con quien lleva 65 años de casados.

“Mi trabajo no es menor. Yo soy el que le corta las piezas de madera con la caladora. Ella marca el diseño y yo lo ejecuto. No es sencillo porque la jefa es muy exigente”, se ríe el abuelo y enseguida invita a realizar una ‘recorrida’ por el taller de Marta. Allí descansan las decenas de relojes, cuadros y esculturas que ha tallado desde que descubrió su pasión.

“Lo  importante es estar siempre activa”, sentencia esta alumna ideal, que se lamenta de que haya tantos feriados los lunes, “porque perdemos días de clases”. Pasada las 21, Doroteo llega a buscarla al colegio.

Se queda un rato en el taller y luego se van los dos caminando (por su avanzada edad, Doroteo debió resignarse a estar detrás del volante). Él le ayuda a llevar el pesado maletín de herramientas y ella lo sostiene para que no tropiece en la noche.

 

Fuente: Diario Los Andes