Con este título, se consagraron tetracampeones. Fue un apretado 12-11 sin tries a favor, a pesar de que los neozelandeses jugaron gran parte del partido con 14.
El césped del Stade de France ya no quiere más. La lluvia de las últimas dos semanas y los últimos cuatro partidos del torneo fueron demasiado pisoteo para que el terreno -ese en el que suelen levitar Kylian Mbappé y sus compañeros de la selección de Francia- parezca el billar que suele ser. No hay barro, pero ya se puede ver la tierra. Esto es rugby, no fútbol, no pasa nada.
En realidad, esto es rugby y pasó de todo en Saint Denis, en las afueras de París. La final del Mundial fue una batalla. Los Springboks defendieron literalmente el título que habían conseguido hace cuatro años en Japón y son tetracampeones. Son los reyes del deporte porque dejaron de rodillas a unos valientes All Blacks que jugaron buena parte del duelo con 14 jugadores por la expulsión de su capitán Sam Cane. Porque en los 40 minutos iniciales el apertura Handre Pollard, infalible, sumó los 12 puntos a través de cuatro penales y Sudáfrica se aferró a ellos.
Los Springboks, intensos como siempre, construyeron una victoria épica sin pisar el ingoal rival. Igual que en cuartos de final contra Francia y en las semifinales ante Inglaterra, a Siya Kolisi y compañía les bastó y les sobró un punto de diferencia para levantar la copa William Webb Ellis.
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Al último partido de este extensísimo Mundial no le faltó ningún condimento. Un aguacero sirvió de prólogo para un thriller que entretuvo a todos menos a los dos principales interesados: Sudáfrica y Nueva Zelanda jugaron con tanta intensidad que no tuvieron chance de disfrutarlo. Lo harán, seguro, los hinchas de los Springboks cuando vean el partido una y otra vez.
Pero antes del plato principal hubo show musical. Mika condensó en cinco minutos dos de sus hits que quedaron fácilmente opacados por un entretenido juego de luces. La velocidad de la luz le ganó como siempre a la velocidad del sonido. Un detalle que aportó mucho a lo visual fue que el público ubicado detrás del escenario, al mejor estilo Coldplay, tenía un accesorio que cambiaba de color del mismo modo que la iluminación central. Se llevó unos tibios aplausos. La gente quería que empezara el partido.
Los franceses fueron mayoría entre los 80.065 espectadores, récord de asistencia en este Mundial. Envalentonados por la localía y por el andar de su selección en la fase de grupos, se apropiaron de todos los tickets. Pero Les Bleus se fueron en cuartos de final y los fanáticos decidieron no ser neutrales. Tanto fue así que se desinflaron los pulmones con chiflidos para cada uno de los quince sudafricanos que se anunciaban en la pantalla gigante. Los Springboks fueron los verdugos de su ilusión y el rencor los convirtió en hinchas de los All Blacks.
Se dieron con todo. Dolía desde lo más alto del gallinero de solo ver los impactos. Tres amarillas, una con regla de bunker que se convirtió en roja para sacar de la cancha al capitán de Nueva Zelanda, Sam Cane, a los 27 minutos del primer tiempo. La ventaja numérica hizo agrandar los primeros minutos a Sudáfrica, pero no achicó a los All Blacks, que se multiplicaron para pelear el partido hasta el último segundo.
Sudáfrica, salvo cuando Kolisi y Kolbe vieron la amarilla, no logró hacer notar la ventaja numérica. Sintió la pérdida de su hooker, Mbongeni Mbonambi, que salió lesionado apenas comenzó el partido. Es que Deon Fourie, su reemplazante, no estuvo fino en los lines y Nueva Zelanda lograba hacerle frente a la adversidad robándoselos sistemáticamente. Poco a poco, metro a metro, los All Blacks consiguieron acorralar a los Springboks.
Después de un try anulado -por un knock on en el line previo- y bordear todo el ingoal, Beauden Barrett pudo soltarse y apoyar como quien dice: “Ah, sí ¿Qué tal? Somos los All Blacks”. Pero Richie Mo’unga no logró la conversión y los de negro no pudieron pasar al frente.
El fallo del apertura no cambió la tónica del partido. Los sudafricanos, con 15, se defendían y Nueva Zelanda dominaba con uno menos. El partido, que no había dado respiro, tuvo un final de una intensidad notable. Sobre todo porque Kolbe tuvo que mirarlo desde afuera y los dos terminaron con 14.
Nueva Zelanda falló un penal en los pies de Jordie Barrett -de lejos y difícil- que tampoco le permitió conseguir la ventaja. Los All Blacks estuvieron a poco de lograr la hazaña. Pero fallaron con el pie y cuando los espacios se hicieron grandes para los dos mermó su rendimiento.
Cuatro finales, igual cantidad de títulos. Sudáfrica ganó cada uno de los partidos definitorios que jugó: implacable, alzó la Copa Webb Ellis en 1995 -con Nelson Mandela y el fin del apartheid como bandera-, en 2007, en 2019 y ahora en 2023. Los All Blacks, en cambio, jugaron con la del sábado su quinta definición, pero perdieron por segunda vez. El verdugo fue el mismo. La defensa le ganó al jogo bonito.
Fue una final espectacular. Se jugó hasta el último segundo con la intensidad del primer minuto y al menos por 80 minutos el Mundial tuvo su clima propio. Nadie quería dejar la cancha. Hasta los franceses, recelosos por su paso en falso, se quedaron para vivir la premiación y ver cómo el gran Kolisi levantaba otra vez el trofeo. Aunque sea para verla con la ñata contra el vidrio.
Fuente: Clarín